22 de enero de 2012

El mito de la belleza femenina: crónicas de una tiranía posmoderna





La belleza de la mujer no ha sido venerada y consagrada en todas las sociedades ni en todas las épocas históricas. Prueba de ello son las sociedades prehistóricas investigadas por Margaret Mead, quien constató que en diversas tribus las marcas decorativas viriles se manifiestan con mayor vistosidad que las de las mujeres. Entre los tchambuli, en Oceanía, son los hombres quienes lucen los más bellos adornos y quienes se preocupan más de su aspecto. Para los massa y los mussey, en África, “el hombre constituye el punto de mira de la estética corporal”. Según Mead, entre los maoríes, los hombres exhiben tatuajes más recargados y densos que los de las mujeres; entre los wodabé del Níger, durante la celebración de una fiesta, son las mujeres las que eligen al hombre más guapo de la tribu (foto de abajo),





En las sociedades patriarcales el ideal de belleza femenina ha ido variando según las épocas, sus necesidades, sus gustos estéticos y modas. A lo largo de la historia de nuestra sociedad occidental, la mujer ha sido representada de formas muy variadas e incluso en el siglo XX, hemos tenido modelos a seguir contrapuestos: 

las alegres carnes de Marylin Monroe, 


y el cuerpo esquelético y enfermo de Kate Moss. 





Durante siglos, han sido en su mayoría hombres los que han creado los modelos de belleza a través de la fotografía, la escultura, la pintura, el cine, la publicidad. 

Hombres son, también, los que invierten en la carrera profesional de determinadas modelos y actrices, los que organizan concursos de belleza femenina como las galas de misses, los cirujanos plásticos, los diseñadores que exigen la talla 60-90-60, los dueños de la industria de la cosmética y la belleza, los dueños de las clínicas de  cirugía estética, de las colecciones que se lucen en las pasarelas de moda








Giorgio Armani




Las mujeres hemos asumido y rechazado esos cánones de belleza idealizada en diversos grados a lo largo de la Historia. Algunas han sufrido y siguen sufriendo verdaderas torturas físicas 


como la exigencia de tez blanca para las negras 




                                                                                           Beyoncé 




o la tez morena para las blancas,





 el culto de los pies menudos en China (se constriñen los pies hasta deformarlos), 








el uso del corsé del siglo XIX, causante de numerosas enfermedades; 






los aros alrededor del cuello y las anillas de metal soldadas a los tobillos (habituales en algunas tribus de distintas zonas de África y Asia); 






el uso del pesado chador de las musulmanas o del peligroso burka entre las afganas






Todos ellos son mecanismos que tienden a reducir la movilidad de las mujeres, y por tanto, su autonomía a la hora de moverse con libertad o ganarse la vida trabajando.




Evolución histórica de la belleza femenina



Las primeras  representaciones simbólicas femeninas del Paleolítico y el Neolítico son, en su mayoría, símbolos de fecundidad y fertilidad. A menudo son representadas en forma de estatuillas de piedra con formas voluptuosas y redondeadas, o con grandes vientres y generosos pechos nutricios. 












En la Antigüedad, los poetas griegos rindieron numerosos homenajes a la hermosura femenina, y subrayaron su poder a un tiempo maravilloso y temible. Las diosas del Panteón (Hera, Artemisa, Atenea, Afrodita) son descritas como la quintaesencia de la belleza. Safo escribió poemas apasionados en honor del cuerpo femenino, y los escultores representaron como nunca antes las formas físicas de la mujer. La belleza femenina se impuso como una fuente de inspiración para los artistas, aunque también es considerada como un peligro para los hombres.

Según Lipovetsky (1999), para los griegos la mujer era “una terrible plaga instalada entre los hombres mortales, un ser hecho de ardides y de mentiras, un peligro temible que se oculta bajo los rasgos de la seducción”. Abundan los textos que enumeran los vicios femeninos y colman de reproches las estratagemas de que ellas se valen para seducir a los hombres. A pesar de ello, en Grecia son más frecuentes y numerosas las expresiones de admiración hacia la perfección física viril; dan testimonio de ello la poesía homosexual, los diálogos de Platón, los bellos desnudos de las esculturas masculinas,  los epigramas homosexuales, las inscripciones en las paredes...

También la tradición judeocristiana se caracterizó por poner en el índice la belleza femenina: en la Biblia, la hermosura de las heroínas (Sara, Salomé, Judit) está cargada  de poder de seducción y engaño. 








Durante toda la Edad Media, y bastante más allá, se prolongó esta tradición de hostilidad y recelo hacia la belleza femenina. Sólo la Virgen María, cuyo culto y representaciones iconográficas se disparan a partir del siglo XII, se libera de este tratamiento y posee la inocuidad de la belleza pura.










Según Lipovetsky, cuando surge la división social entre clases ricas y clases pobres, las mujeres exentas del trabajo se convierten en el centro de la idealización femenina por parte de los hombres : “Mujeres ociosas, mujeres hermosas; en lo sucesivo la hermosura será considerada incompatible con el trabajo femenino”.

Estas mujeres, gracias al tiempo libre y a los recursos económicos de los que disponían, pudieron dedicarse a maquillarse, depilarse, a peinarse con sofisticadas técnicas, a usar adornos y joyas. Las campesinas y trabajadoras de las urbes (es decir, la gran mayoría de mujeres del planeta) no adoptaron estos patrones de belleza hasta el siglo XX, cuando se democratizó el uso de cosméticos y el cuidado de la estética femenina dado que se abarataron los productos y la publicidad se encargó de obsesionar a muchas mujeres del mundo con sus propios cuerpos. El coste para ajustarse a los patrones de belleza impuestos por los grupos empresariales que se han dedicado a declarar la guerra a la edad, la grasa, las imperfecciones, las pequeñeces, las deformidades, las singularidades de los rostros, es, en ocasiones demasiado alto porque va minando los recursos económicos y las autoestimas de las mujeres víctimas de la tiranía de la belleza.


Lipovetsky expone que es durante los siglos XV y XVI cuando la mujer se impone como el ser más hermoso de la creación: los encantos femeninos alimentan los debates filosóficos, inspiran a pintores, escultores y poetas. Proliferan los himnos inflamados a la belleza al tiempo que se esfuerzan con renovado vigor por definirla, normalizarla, por clasificarla. La representación de la mujer tumbada causa furor entre los artistas, que representan a las féminas siempre en posiciones pasivas, entregadas a la mirada deseante de los hombres.

En el siglo XIX, el modelo de belleza será el de la mujer romántica: la mujer enferma de amor, de tisis o de tuberculosis. Fémina de belleza pálida, mejillas y labios sonrosados por la fiebre, de una delgadez extrema. Este tipo de mujeres se representan frágiles, vulnerables, atormentadas y debatiéndose entre la inocencia y la destrucción.



En el siglo XX, tras la belleza inquietante y enigmática de la femme fatale, 






comienza la época de las Venus con vaqueros; es un tipo de belleza adolescente, lúdica, pop, dinámica, sexy, directa y desumblimada:

 “La belleza vampiresa de Marlène Dietrich, (con sus ojos insondables cargados de rímel, sus atuendos sofisticados, sus largas boquillas, su feminidad era inaccesible y destructora), nada tiene que ver con la nueva belleza de la pin up desdramatizada que Marilyn Monroe elevó a la categoría de mito; una mujer sensual, ingenua, con alegría de vivir, tierna, joven, encantadora” (García Calvo, 2000).





Ya en el siglo XX, la cultura de masas logra que la belleza como ideal de feminidad invada la vida cotidiana. Lourdes Ventura cree que este fenómeno trasciende la cuestión estética porque posee una dimensión política y económica que queda invisibilizada a través de la cultura massmediática“Existe un poderoso mercado, de innumerables tentáculos, que difunde y promociona urbi et orbe sus consignas estéticas a través de un sofisticado engranaje publicitario y mediático sin precedentes en la mercadotecnia contemporánea. Nadie en la aldea global puede escapar al bombardeo de los anunciantes, y menos que nadie las mujeres, que se han convertido en el objetivo prioritario de uno de los sectores que más invierte en publicidad”.



Detrás de la obsesión por la belleza femenina existen unas poderosas empresas como la industria cosmética, la moda en ropa y complementos (desde la alta costura a la moda pret a porter, la publicidad, los medios de comunicación (sobre todo la prensa femenina), la cirugía estética (con un elevado número de “profesionales piratas” denunciados por los facultativos colegiados), los centros de mantenimiento (ejercicio, masajes, saunas), las clínicas e institutos de tratamientos estéticos, etc. Todo ello forma parte de una maquinaria económica que aspira a dirigir el consumo e invoca la idea de belleza asociada a felicidad, éxito y placer.

El problema de la industria de la belleza no es sólo la cantidad de dinero, tiempo y energía que las mujeres invierten en ella, sino también el coste psicológico que conlleva, pues el consumo de belleza nunca se satisface a sí mismo, y el mercado siempre apunta hacia nuevos defectos, aportando nuevas soluciones.



Los imperativos de esta industria (conservarse delgada, joven y en forma) han llegado a constituir una obsesión para muchas mujeres, lo que Ventura (2000) denomina “la tiranía de la belleza”:

“No es aventurado declarar que las mujeres están siendo sometidas a un permanente acoso publicitario, un abuso psicológico letal, sistemático y continuado, vehiculado por la televisión, las revistas femeninas y suplementos correspondientes de diarios y semanarios de información general que no tienen otro objeto que la incitación a un consumo masivo de productos y servicios relacionados con la belleza”. 





El hecho de que la mayor parte de los medios de comunicación sólo de trabajo a mujeres bellas y esbeltas (aún no hemos visto a mujeres feas o gordas presentando un telediario o un concurso), denota que esa obsesión ha sido creada en la cultura mediática, que siempre premia a las mujeres hermosas como representantes de la modernidad, la felicidad,  el éxito social y económico, la bondad y, en general, los valores positivos de la sociedad de consumo. 


Las señoras poco agraciadas u obesas en cambio representan la dejadez, la pereza, el fracaso, o la maldad; una notable excepción es la serie norteamericana Rosseane, en la que los protagonistas era una familia de gordos más o menos felices que practican una sana ironía con toques de humor negro.



Esta discriminación social  tiene su correlato en multitud de profesiones en los que la imagen femenina es fundamental, como todas las que tienen que ver con un trabajo cara al público: azafatas, recepcionistas, secretarias, dependientas, profesoras, cajeras, cargos públicos y empresariales (altos cargos especialmente)… 


La belleza es, en un mundo en el que la demanda de empleo es inagotable, un motivo de discriminación para las mujeres a la hora de desempeñar un trabajo, cosa que no sucede con los hombres, cuyo currriculum es más importante que su escote, o su trasero.

La norma general en la cultura mediática es  atacar a las mujeres y minar su autoestima, para inducirlas a consumir productos de belleza y adelgazamiento. Jerry Della Femina, uno de los grandes publicitarios de la Avenida Madison de Nueva York, declaraba: “Anunciar es hurgar en heridas abiertas… Miedo. Ambición. Angustia. Hostilidad. Usted menciona los defectos y nosotros actuamos sobre cada uno de ellos. Nosotros jugamos con todas las emociones y con todos los problemas (…) Si se logra que un número suficiente de gente tenga el mismo deseo se consigue un anuncio y un producto de éxito”.



Según Lourdes Ventura, la corporalidad femenina es para los anunciantes un campo de batalla, un lugar donde el “yo dividido” se fragmenta en múltiples territorios sobre los que actuar y pelear. Por eso se presenta un tratamiento anticelulítico como un ataque especial zonas rebeldes”; una crema adelgazante que ataca directamente los excesos”, un método que combate eficazmente las marcas antiestéticas de la celulitis”, otro anticelulítico que elimina la piel de naranja, o el HCM “que se opone a la acción de los azúcares responsables de la degradación del tejido celulítico”.

Los artículos de belleza decretan una guerra sin cuartel a las supuestas imperfecciones femeninas en estos términos: “Lucha contra los kilos de más”; “para acabar con la celulitis hay que atacarla en todos los frentes”, “stop a las grasas”; “Jaque mate a la pérdida de firmeza”, “Desafío a la flaccidez”. Este lenguaje bélico anti y en contra de todo, vacía de sentido los logros profesionales, afectivos, familiares o económicos de las mujeres, según Ventura, y socavan su seguridad esencial, porque las dispone a la guerra contra sí mismas (contra sus arrugas, sus michelines, su celulitis, sus imperfecciones cutáneas, etc.).


Esto supone que las mujeres que no son bellas y jóvenes, sexys y delgadas, ven su autoestima socavada y se autocensuran continuamente, influyendo de forma negativa en su propia personalidad, gustos y capacidad de decidir. En la actualidad, ocho de cada diez americanas en torno a los 18 años se declaran “muy insatisfechas” con su propio cuerpo. "Las imágenes superlativas de la mujer vehiculadas por los medios de comunicación acentúan el terror a los estragos de la edad, engendran complejo de inferioridad, vergüenza de una misma, odio al cuerpo” Lipovetsky, 1999.


Ventura afirma, en este sentido, que si es  posible que una mujer llegue a odiar una porción de su anatomía porque tiene unos gramos de más según los cánones del mercado, será sencillo manipularla en cualquier otro terreno. Porque mantenerse en forma o estar bella son auténticas filosofías de vida, estilos vitales que sitúan a la mujer en unas prácticas consumistas que sólo beneficia a las más bellas, pero no al total de las mujeres del mundo. 


Sólo un 8% de las féminas cumple con los cánones de la belleza occidental, de modo que el resto tiene que vivir con algún tipo de complejo o imperfección que afecta a sus vidas en diferentes grados e intensidades. Según Ventura, sólo en Francia hay registradas 3.000 modelos, de las cuales apenas una minoría puede vivir de ello.





Muchas teóricas defienden la idea de que la cultura del bello sexo presenta en nuestros días todos los rasgos de un culto religioso, un dispositivo litúrgico en el seno mismo de las sociedades liberales desencantadas. Kim Chernin ve en la obsesión con la delgadez la prolongación de los valores ascéticos milenarios, una expresión de odio contra la carne, idéntica a la que profesaban los teólogos de la Edad Media.
Naomi Wolf habla de la “nueva Iglesia” que reemplaza a las autoridades religiosas tradicionales, del “Nuevo Evangelio” que recompone ritos arcaicos en el plena posmodernidad, que hipnotiza y manipula a los fieles, que predica la renuncia a los placeres de la buena mesa y culpabiliza a las mujeres por medio de un catecismo cuyo centro es la diabolización del pecado de la grasa.

“Como todos los cultos religiosos, la belleza tiene sus sistemas de adoctrinamiento (la publicidad de los productos cosméticos), sus textos sagrados (los métodos de adelgazamiento), sus ciclos de purificación (los regímenes), sus gurús (Jane Fonda), sus grupos rituales (Weight Watchers), sus creencias en la resurrección (las cremas revitalizantes), sus salvadores (los cirujanos plásticos)” (Lipovetsky, 1999).


Los mitos de la religión de la belleza se encarnan en la figura de la top model, de la que conocemos sus nombres y apellidos. Fue una figura creada para seducir a las mujeres, una figura destinada a estimular la admiración y el consumo femenino de moda, cosméticos, etc. Según Enrique Gil Calvo (2000), la modelo se exhibe como representación pura, seducción superficial, narcisismo frívolo:

 “La apoteosis de las top models viene a coronar un ideal de belleza física definitivamente fuera del alcance de la mayoría, al igual que un sueño cada vez más insistente de juventud eterna. Las modelos no son ni irreales ni ficticias, sino recompuestas y surreales: “Ni siquiera yo me parezco a Cindy Crawford cuando me levanto por la mañana”, decía la Crawford recientemente”.

En los años 90, las musas de la moda sustituyeron a las grandes estrellas de cine en el pedestal de la belleza e invadieron el espacio mediático y social, especialmente a través de la publicidad. Se llevó a cabo una mitificación de esta profesión a partir de top models archimillonarias como Claudia Schiffer, Naomi Campbell, o Linda Evangelista, que declaraba: “Nunca nos levantamos por la mañana por menos de diez mil dólares”.

A pesar de que las mujeres saben que las medidas 60-90-60 son casi imposibles para ellas, y que muy pocas cumplen con este absurdo requisito de belleza, y aunque saben también que las top model están operadas y sus imágenes retocadas con programas mágicos como PhotoShop, es muy difícil para algunas no compararse a diario con ellas. La principal razón es que invaden todos los espacios y las narraciones a través de la publicidad, y que los hombres y ellas mismas admiran este tipo de mujeres de belleza escultural.

Comparen el retoque del volumen de sus pechos




Este culto a la belleza y sus mitos supone una violenta reacción contra la liberación política, social y económica de la mujer, según Naomi Wolf (1991). Esta autora,  basándose en un dato revelador (33.000 mujeres norteamericanas manifestaron en las encuestas que preferían rebajar cinco o siete kilos de peso antes que lograr cualquier otra meta en la vida), asegura que la dieta es el más potente de los sedantes políticos de la historia de las mujeres.



La moda de la belleza es un anestesiante social. En la cultura del narcisismo y del culto al cuerpo, las mujeres y los hombres están más preocupados por su estética que por sus derechos laborales. La obsesión por estar delgada, joven, sin arrugas, sin defectos, sirve para que las mujeres estén centradas en si mismas antes que en las calles luchando por sus derechos sexuales y reproductivos, por la igualdad entre hombres y mujeres, por salarios dignos, etc. 


Un spa relajante y una limpieza facial son, a menudo, bálsamos contra la sobrecarga laboral y familiar, ayudan a seguir la lucha diaria, pero no cambian el sistema, ni ayudan a las demás mujeres. Son siempre soluciones individualizadas contra el estres o la grasa, nunca contra la tiranía que esclaviza nuestros cuerpos y mentes.


Conceptos como “quiero mantenerme en forma”, “ponerme guapa”, "agrandarme las tetas" son fenómenos de consumo; pero su dimensión económica está invisibilizada, porque parece una necesidad vital, o un deseo tan cotidiano que no parece lo que es: una enorme industria de pintauñas, cremas depilatorias, perfumes, desodorantes, maquillaje, clínicas de adelgazamiento, peluquerías, quiromasajistas, implantes de silicona, chutes de botox, tratamientos de relax, diseño de ropa de moda, de complementos, de zapatos, de bolsos. Industria que no tiene pérdidas porque cada vez más, las mujeres nos centramos en la lucha contra la edad, los kilos, los pelos. 


La publicidad no hace otra cosa que recordarnos que somos bajitas, demasiado altas, gordas, demasiado delgadas, canosas, cojas, rellenitas, que tenemos pocas tetas, que hay muchas mujeres más guapas que nosotras, y que los hombres las prefieren a ellas, porque con su belleza artificial atraen el deseo masculino, y nosotras con bigote, cartucheras, culo pollo, descolgamientos, piernas cortas, pies planos, dientes saltones, etc. nunca podremos llegar a ese nivel. Por eso nos autocensuramos, nos maquillamos, usamos tacones, por eso compramos cremas reafirmantes y nos arrancamos todos los pelos de cuajo. 

La tiranía de la belleza oculta la necesidad de la industria de que las personas consuman masivamente sus productos y servicios. En lugar de suplicar “compre usted esto”, la publicidad y los medios nos hacen creer que lo hacemos por nosotras mismas, para gustarnos y gustar a los demás, y que además "gustar" es algo natural en  nosotras, algo consustancial a la feminidad.




 También es cierto que progresivamente esta industria ha comenzado a atacar a los hombres, pero de momento las principales consumidoras de la industria de la belleza son mujeres, especialmente en ámbitos rurales, donde existen muy pocos hombres metrosexuales. Este término se utiliza en la actualidad para designar a los varones excesivamente preocupados por su aspecto físico, hombres que se cuidan de igual forma que las mujeres y consumen productos y servicios de belleza (gimnasios, saunas, clínicas de belleza, depilación láser, cirugía estética, cremas, bases de maquillaje, afeites, etc.).

Pocos llegan, sin embargo, a este extremo: 




Otros artículos de la autora:


La tiranía de la edad, de los pelos y de los kilos







Bibliografía utilizada: 

1)     Bou, Nuria: “Diosas y tumbas. Mitos femeninos en el cine de Hollywood”. Icaria, 2006. 

 2)   Gil Calvo, Enrique: “Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina”, Anagrama, Barcelona, 2000.

3)   Lipovetsky, Gilles: “La tercera mujer”, Anagrama, Colección Argumentos, 1999.

4)      Mead, Margaret: “Masculino y Femenino”, Minerva Ediciones, Madrid, 1949 (1994).

5) Ventura, Lourdes: “La tiranía de la belleza. Las mujeres ante los modelos estéticos”,  Colección Modelos de Mujer, Plaza & Janés, Barcelona, 2000.


21 de enero de 2012

las bromas del amor



alegato en defensa propia, autoafirmación alegre y expresión humorística de la hartura de sufrir, alarido de dolor, o arte de la automutilación emocional??




"Esta relación va a acabar conmigo"


las películas porno y Disney son las responsables de la mayoría de frustraciones del ser humano
-¿dónde diablos está mi príncipe azul?
- ¿dónde diablos está mi puta insaciable?



















Artículos relacionados: 

19 de enero de 2012

La tiranía de la edad, de los pelos y de los kilos




En el siglo XX la industria de la cosmética y la belleza,  con la colaboración de los medios de comunicación, declararon la guerra absoluta sus tres enemigos preferentes: el vello corporal, la edad y la obesidad. Desde que se "democratizó" la belleza (por fin accesible a obreras y campesinas), son muchas son las mujeres que consumen cremas hidratantes, anti-arrugas, reafirmantes, mascarillas faciales, maquillaje, polvos, muchas las que se someten a dietas inhumanas, y muchas también las que se someten a la cirugía plástica para quitarse kilos en unas partes del cuerpo y ponersela en otras.


la tiranía de la belleza es un régimen terrorista que mina la autoestima de las mujeres y consume muchos de sus recursos y energías. Millones de mujeres envidian la belleza artificial de las top models o las actrices, pese a que todo el mundo sabe que la tecnología posibilita una perfección idealizada que no es real. Perseguimos utopías pensando que nos querrán más, que nos admirarán más, y que lo hacemos porque queremos, pero la realidad es que no percibimos como los mercados penetran en nuestra mente, emociones y cuerpo, y como moldean nuestros deseos y metas. 




El resultado de este sometimiento a la tiranía de la belleza a veces es desastroso, y a menudo irreversible. Una operación que no sale bien puede tener unas consecuencias catastróficas, no sólo a nivel físico, sino también a nivel emocional y psicológico

Estar continuamente arrancándose el vello, machacándose en el gimnasio, autoprohibiendose placeres gastronómicos, probando nuevas cremas reafirmantes, pasando hambre innecesariamente, debe de ser duro. Mirarse al espejo y compararse con las modelos multimillonarias es humillante, y a menudo, frustrante para mujeres que piensan que adaptándose a los cánones culturales de la belleza y a las modas, que quitándose años, imperfecciones y kilos de encima van a ser más apreciadas, más deseadas, más felices por tanto. 

Y en parte tienen razón. Nuestra cultura idolatra la juventud y su belleza, su energía, su vitalidad. En los medios de comunicación los que tienen trabajo, los que son amados y deseados, los que compran, los que ganan, son jóvenes relucientes y bellos. Casi nunca una mujer fea o una mujer obesa es un modelo de referencia para la industria cultural o para los medios de comunicación. 

Las mujeres somos víctimas de esta tiranía de la belleza y además nos enseñan a creer que las demás mujeres son nuestras rivales, que la belleza ha de ser una carrera hacia el éxito, competitiva y despiadada, y que siendo perfectas por fin alguien nos amará para siempre. 




Por eso las niñas nunca jugarán con una Barbie gorda



Por eso Barbie jamás envejece, aunque ya ha cumplido 50 años





A través de la seducción que sublima e idealiza la belleza, el sistema patriarcal ha impuesto una triple  tiranía sobre los cuerpos femeninos:

La tiranía de la edad




Las cirugías de nariz, liposucción y el aumento de pecho encabezan, según Lourdes Ventura, el ranking de las diez intervenciones más solicitadas por las mujeres españolas, seguidas de otros retoques estéticos  habituales:

ü  La técnica easy peel (se aplica una solución exfoliante y una crema antirradicales libres. La piel se pela a los dos o tres días);
ü  Resurfacing facial (eliminación de las primeras capas de la piel con un láser de alta frecuencia);
ü   Aumento de volumen de labios;
ü   Minilifting (se hace una incisión en el cuero cabelludo y se estira la piel desde la cola de las cejas, para fijarla en el hueso cranela con implantes de titanio que se retiran a los 15 días),
ü   Blefaroplastia o corrección de párpados caídos (se quita la piel y la bolsa de grasa sobrante mediante una incisión con bisturí en el pliegue del párpado móvil);
ü  Varices fuera o crioesclerosis (con una inyección intradérmica se introduce una mediación dentro de las varices que produce una vasoconstricción), 10º: Entre cejas, botox (inyección de toxina botulínica “botox”, en 10 0 12 puntos, con una aguja pequeña que disminuye la contracción del músculo sin paralizarlo).

Otros tratamientos son: la electroestimulación, electrocoagulación, ultrasonidos, electrolisis, magnetoterapia, presoterapia, laserterapia, infiltraciones, implantes, celulipolisis (tratamiento de la celulitis mediante la electroestimulación, método contraindicado en pacientes cardíacos, hipertensos y con problemas renales).

 Lo terrible de la situación es que el 30% de las intervenciones que se realizan, tiene por finalidad la corrección de operaciones fallidas efectuadas anteriormente por otros profesionales: “La reincidencia y la adicción son algunos factores muy habituales entre aquellas mujeres que responden a la exigencia de adecuarse a los modelos estéticos habituales” (Ventura, 2000).


Según Ventura, los aspectos negativos que no quedan suficientemente especificados en la mayoría de los artículos que hacen referencia a procedimientos estéticos son:

1. Que las sustancias químicas empleadas en el peeling suelen ser tan abrasivas que pueden provocar reacciones tóxicas, cicatrización anómala, adelgazamiento cutáneo e hipopigmentación.
2. Que si el cirujano elimina un poco más de la piel debida en las operaciones de párpados, los ojos adquieren una expresión paralizada y horrenda.
3. Que el efecto tensor de las inyecciones de botox dura tres o cuatro meses, de modo que una mujer puede convertirse en una “adicta”, condenada a repetir el proceso tres o cuatro veces al año.
4. Que la duración del resurfacing facial es también relativa y que, durante un año, la paciente debe evitar la exposición al sol, los baños calientes, saunas, etc.
5. Que algunos labios con “relleno” son espantosos, y que según el tipo de sustancia inyectada el resultado puede ser irreversible.
6. Que las liposucciones en los muslos dejan unos antiestéticos huecos, irregularidades y bultos en la cara interna de las nalgas.
7. Que los postoperatorios, cuando se trata de actos quirúrgicos, son mucho más complicados de lo que hacen creer las explicaciones simplificadas de los artículos divulgativos.











La tiranía de la delgadez



Como está una persona anoréxica y como se ve en el espejo


El ideal estético de la delgadez se consolidó en los sesenta con la imagen de las modelos Twiggy y Jean Shrimpton vestidas con las minifaldas de Mary Quant y con el trabajo de fotógrafos como David Bailey, que retrataba a mujeres aniñadas, escuálidas, y sexys. 


Esta intensificación de la fiebre por estar delgada se agudizó en EEUU, en los 90, cuando Calvin Klein utilizó a una modelo llamada Kate Moss, de 1.70 de estatura y 44 kilos de peso, aspecto enfermizo y apenas sin pecho:

“Muchachas desnutridas como recién salidas de un campo de concentración, chicas que dan la impresión de haber sido golpeadas violentamente, mujeres de ojos famélicos y ojos inmensos y asustados, adolescentes pálidas con aspecto de haber sido succionadas por un ejército de vampiros, zombies de ultratumba, modelos quietas y sin vida imitando a muñecas o maniquíes de cera, son algunas de las imágenes que forman parte de la iconografía de la fotografía de moda de finales de los 90”(Lourdes Ventura, 2000).




Las publicaciones femeninas rebosan cada vez más de fórmulas para adelgazar, de secciones que exponen los méritos de la alimentación equilibrada, de recetas de cocina ligera, de ejercicios de mantenimiento para estar en forma. La delgadez se ha convertido en un mercado de masas: en la Unión Europea el 75% de las mujeres se consideran demasiado gordas (Ventura, 2000).

Mientras que Silvester Stallone declaraba a la revista Time que le gustan las de aspecto anoréxico, una alta proporción de americanas afirma que lo que más teme en el mundo es engordar. 

Los datos en torno a estas industrias relacionadas con las dietas son escalofriantes:
- Facturaron 33 mil millones de dólares en 1989.
- En todo el mundo se lanzan anualmente mil quinientos nuevos productos light
- Una de cada dos francesas y ocho de cada diez americanas han intentado adelgazar al menos una vez en su vida. Ni siquiera las más jóvenes se salvan: el 63% de las estudiantes americanas hacen régimen, el 80% de las niñas entre 10 y 13 años declaran haber intentado adelgazar.
- De las mujeres que llevan una dieta adelgazante, entre un 89 y un 95% vuelve a recuperar su peso inicial.
- Los imperativos de la delgadez son cada vez más estrictos. La evolución de las medidas de las modelos y de las candidatas al título de Miss América así lo atestigua: a principios de los años veinte medía 1.73 metros y pesaba 63 kilos; en 1983, el peso medio de una concursante que midiera 1,76 metros era de 53 kilos.

En nuestra sociedad, la esbeltez y las carnes firmes significan dominio de sí, de
éxito, de self management. La tiranía de la delgadez engendra culpabilidad y ansiedad en muchas personas, porque cada metabolismo es diferente, porque a menudo el peso no depende de la voluntad, porque aumentar o disminuir el peso corporal no es algo que se pueda llevar a cabo en una o dos semanas, pese al milagro que anuncian las clínicas y las tiendas de productos adelgazantes.

Una de las consecuencias de esta obsesión por la delgadez es el aumento de una enfermedad moderna, exclusiva de países desarrollados, llamada anorexia, que desató la alarma social hace pocos años. El 90% de los enfermos de anorexia son chicas jóvenes de clase media-alta que están obsesionadas con el éxito y la belleza. : una de cada 250 mujeres presenta trastornos alimentarios. Las consecuencias de las dietas, el uso de laxantes y los vómitos autoprovocados son, según Lipovetsky, la fatiga crónica, irritabilidad, trastornos menstruales, trastornos intestinales, crisis nerviosas, depresiones, ataques de ansiedad, y su consecuencia extrema es la muerte.

El psiquiatra Pier J.Beaumont, director de la unidad de trastornos de la alimentación en el Wesley Hospital de Sidney, afirmaba, en unas declaraciones al diario El País, que la anorexia es una enfermedad femenina en más de 90%:

 “El cuerpo de la mujer es algo de lo que siempre se opina, cosa que nunca sucede con el de los hombres. En adolescentes es la tercera enfermedad crónica más frecuente, después de la obesidad y el asma. En los últimos años se ha detectado en pacientes cada vez más jóvenes, de hasta 8 años. Se ha comprobado que cuanto más potencia la moda una mujer muy delgada, más casos de anorexia aparecen”.

En Septiembre de 1999, en una comparecencia ante el Senado español, que elaboraba una ponencia sobre los condicionantes extrasanitarios de la anorexia y la bulimia, el presidente de Autocontrol de la Publicidad reconocía la parte de responsabilidad que el mundo publicitario tiene en el desarrollo de dichas enfermedades. También los responsables de las pasarelas españolas entonaron un tímido mea culpa y aseguraron que no contratarían nunca más a modelos de la talla 36 para los desfiles de moda.

 A pesar de ello, la anorexia sigue siendo una enfermedad terrible, y las mujeres del mundo occidental invierten demasiado tiempo, recursos y dinero, energías y deseos, en el embellecimiento de su cuerpo. Algunas han declarado la guerra a sus propios cuerpos, otras lo miman con devoción, pero todas se someten a los dictados de la industria de l


La tiranía de los pelos







Madonna exhibiendo sus pelos en los sobacos


Juliette Lewis



Patti Smith




Frida Khalo lucía su bigote



Creo que la gente debería dejar de penalizar con miradas de desprecio y comentarios hirientes a aquellas mujeres que no desean someterse a la tiranía de la depilación. A los hombres no se les mira mal por algo que es natural y forma parte de nuestro cuerpo del mismo modo que el pelo en las pestañas o en la cabeza.



Desde aquí reivindico la diversidad: las arrugas, las curvas, las grasas, los pelos, y la imperfección son algo natural en los seres humanos. Contra la homogeneización de la belleza, propongo visibilizar otros modelos femeninos que promuevan una imagen positiva de todo tipo de mujeres. Somos muchas y todas tenemos nuestro encanto personal.

 Hay que pedir a los guionistas, las escritoras, los periodistas, las productoras, los presentadores, las creativas, que nos ofrezcan otros modelos de belleza diferentes, más reales, más cercanos. Gente de verdad, no personajes plastificados.

Sería maravilloso que  todas podamos algún día prescindir de esos referentes, de esas representaciones idealizadas, y sentirnos a gusto con nuestro propio cuerpo y nuestras singularidades físicas. Es fundamental, también, que basemos nuestra autoestima en nuestras habilidades y nuestras generosidades, no en la perfección de los cuerpos. Que nos gustemos y nos aceptemos nos puede servir para aceptar también a los demás tal y como son. 




Coral Herrera Gómez



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Bibliografía utilizada: 

1)      Gil Calvo, Enrique: “Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina”, Anagrama, Barcelona, 2000.

2)   Lipovetsky, Gilles: “La tercera mujer”, Anagrama, Colección Argumentos, 1999.

3) Ventura, Lourdes: “La tiranía de la belleza. Las mujeres ante los modelos estéticos”,  Colección Modelos de Mujer, Plaza & Janés, Barcelona, 2000.



26 de diciembre de 2011

El poder de las mujeres



La mayor parte de las culturas del planeta son patriarcales, esto es: son sociedades en las que los hombres poseen unos privilegios que las mujeres no tienen y en la que ejercen un dominio total o parcial sobre las mujeres, los niños, las niñas, los seres vivos y la naturaleza.

Las mujeres, a nivel individual y como clase social dominada, hemos tenido todo tipo de reacciones ante el poder masculino: por un lado la sumisión en diferentes grados, por otro, la lucha abierta contra la opresión. Y es que, aunque no nos lo cuenten en la escuela, han sido muchas las pequeñas y grandes rebeliones de mujeres, individuales o en grupo,  que han tenido lugar a lo largo de toda la Historia de la Humanidad. 


En la actualidad, el planeta entero está lleno de mujeres que están luchando por los derechos para todas, y afortunadamente, son cada vez más los hombres que están apoyando políticamente esta lucha contra la discriminación y la violencia de género. En estas últimas décadas son muchas las que hemos tomado conciencia acerca de la importancia de luchar por nuestros derechos como mujeres, y han podido empoderarse gracias a las leyes y a los cambios sociales, políticos y económicos que han favorecido la igualdad en algunos países.

Este empoderamiento femenino está siendo personal y político: en el campo del amor muchas están aprendiendo a decir no a los malos tratos y a las relaciones basadas en la dominación o en las luchas de poder. Muchas están aprendiendo a tomar decisiones en torno a su vida, y a sus necesidades. Muchas están defendiendo los derechos sexuales y reproductivos de todas, para que la maternidad sea una elección y nuestros cuerpos no sigan siendo mercancías, como mandan el capitalismo y el patriarcado.

También estamos empoderándonos en el ámbito político y social. A mi no me parece que sea un gran avance que las mujeres presidan bancos, empresas o naciones si lo hacen al modo masculino, ya que por muy mujeres que sean las estructuras democráticas y capitalistas son masculinas, y el margen de maniobra para cambiar esta estructura patriarcal es mínimo. O sea, que me alegraría más ver el poder no representado por un hombre o una mujer, sino ejercido por la ciudadanía.

Helen Fisher afirma que la forma de organizarse de muchas mujeres en el planeta está basado en la creación de redes de ayuda mutua, en la cooperación, en la horizontalidad. Pero la realidad es que las presidentas, directoras y jefas de nuestras sociedades “democráticas” están solas ahí arriba. Y que la mayoría de ellas no se preocupan por acabar con la desigualdad de género; es el caso de la Presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, que no se casa con los valores feministas ni tiene en sus prioridades trabajar por la Igualdad.


Siempre he pensado que el poder compartido, el poder del grupo, es mucho más interesante que el poder individualizado. Es decir, me emociona mucho más ver a las Mujeres de Negro manifestándose contra las guerras, o a las Abuelas de Plaza de Mayo denunciando al régimen dictatorial, que la subida al poder de mujeres relevantes. Que Isabel la Católica gobernara durante unos años no creo que significase el fin del machismo en la España de la época; era una excepcionalidad, más bien, que confirmaba la regla. Nadie más patriarcal que ella.

Herederas suyas son las españolas Esperanza Aguirre, Ana Botella, Cospedal, Santamaría, Rato, Fabra, etc. Todas ellas mujeres de derechas sin ninguna solidaridad con el resto de las mujeres; todas ellas al servicio de los mercados y no de la ciudadanía. Se le cae a una el alma al suelo pensando en que son mujeres tan o más patriarcales que los hombres de su partido político. 



Son muchas las mujeres que han tenido poder, tanto individual como colectivamente. Durante la Edad Media muchas monjas fueron intermediarias del poder dentro de la Iglesia; otras ejercieron enorme influencia en el mundo mercantil. En el 1400 algunas mujeres pertenecientes al mundo islámico del Imperio Otomano eran dueñas de tierras y barcos. Durante el Renacimiento europeo, una cantidad importante de mujeres autodidactas y cultivadas  contribuyeron al desarrollo del movimiento artístico e intelectual que recorrió Europa, aunque sus aportes han sido ninguneados o apropiados por sus maridos o padres.

Las teorías feministas han llevado a cabo minuciosas revisiones de ideas científicas que hasta ahora parecían verdaderas e inmutables, como la teoría occidental de que la dominación del hombre sobre la mujer es universal. Desde este proceso de crítica y revisión, y a la luz de nuevas investigaciones, han surgido nuevos modos de comprender las relaciones entre los géneros en las diversas culturas de la Tierra, tanto las que aún existen como las que desaparecieron. Hay autores y autoras que afirman, por ejemplo, que la jerarquía no es una cualidad única, monolítica, que pueda medirse de una sola manera (en términos foucaltianos, el poder se mueve en todas las direcciones). Otros aseguran que el dominio absoluto de los machos, si implica poder sobre las hembras en todos los aspectos de la vida, es un mito.

Según un estudio de la antropóloga Susan Rogers, en las sociedades campesinas contemporáneas en las que los hombres monopolizan todas las posiciones de prestigio y autoridad, las mujeres suelen tratarlos con deferencia cuando están en público, pero en la intimidad poseen una gran influencia informal. Rogers entiende que a pesar de los alardes y actitudes masculinas de poder, ninguno de los dos sexos considera realmente que los hombres dominan a las mujeres, y llega a la conclusión de que el poder entre los sexos está más o menos equilibrado. 


Para  la antropóloga norteamericana Helen Fisher, el aporte fundamental de estos estudios fue demostrar que las mujeres de muchas otras culturas tradicionales eran relativamente poderosas hasta la llegada de los europeosAntes del movimiento feminista de los años 70, los antropólogos norteamericanos y europeos simplemente daban por sentado que los hombres eran más poderosos que las mujeres y en sus investigaciones reflejaban sus convicciones. Por ejemplo en el caso de los aborígenes australianos, los estudios posteriores reflejaron que ningún sexo domina al otro, un concepto que aparentemente resultaba inconcebible para los eruditos occidentales” 
 (Helen Fisher, 2000).






















Antes de que Colón desembarcara en el Caribe, antes de que los misioneros franceses cruzaran a remo los grandes lagos de Norteamérica, antes de que el capitán Cook arribara a Tahití, antes de que los europeos se introdujeran en África, Australia y el Ártico, las mujeres de muchas sociedades aborígenes poseían bienes e información que podían vender, trocar o regalar. Las mujeres hopis, blackfoot, iroquesas y algonquinas de Norteamérica contaban con un sustancial poder económico. Las mujeres pigmeas del Congo tenían autoridad dentro de sus comunidades, al igual que las balinesas, las semang, las polinesias, las indias tlingit, mujeres de las islas Trobiand, y mujeres de regiones de los Andes, África y el Caribe. 



Muchas de ellas tenían un estatus económico y social considerable. (Etienne y Leacock, 1980; Dahlberg, 1981; Sacks, 1979). 

Las mujeres navajo forman parte de una comunidad matrilineal (aproximadamente el 15% de las sociedades humanas son matrilineales, es decir, trazan su ascendencia por vía femenina). Son las que heredan las propiedades familiares, curan medicinal y espiritualmente a sus semejantes, y gozan de un enorme poder económico y social. Su deidad más poderosa es femenina, “la Mujer cambiante”.

Las investigaciones de Martin Whyte, que exploró el Archivo del Área de Relaciones Humanas, (un avanzado banco de datos que contiene información sobre más de 800 sociedades) y otras fuentes etnográficas, fueron muy importantes por varias razones. En primer lugar, acabaron con el mito del matriarcado como sistema de poder semejante al  patriarcal, pero revelaron la existencia de sociedades igualitarias. 

Este es un tema muy controvertido porque hay autores y autoras que sí defienden la idea de que han existido y existen sistemas matriarcales, especialmente en las culturas prehistóricas cuando todo apuntaba a que los hombres no tenían ningún papel decisivo en la reproducción.

En segundo lugar, demostraron que muchas mujeres tenían poder e influencia en unas áreas y en otras no, pero que eso no significaba que estuvieran sometidas en todas las sociedades.

El estudio lo realizó basándose en la investigación de 93 culturas preindustriales. De ellas, un tercio eran cazadores-recolectores nómadas, otro tercio granjeros labriegos, y el último de agricultores y/o ganaderos. El espectro de pueblos estudiados iba desde los babilónicos en el 1750 a.C. hasta las culturas tradicionales modernas. Gracias a estos resultados se vio que el equilibrio de poderes entre hombres y mujeres era polifacético y variable en intensidad. Según Helen Fisher (2000), Whyte no encontró ninguna sociedad donde las mujeres dominaran a los hombres en la mayoría de las esferas de la vida social.

“El mito de las mujeres amazonas, las historias de matriarcas que gobernaban con puño de terciopelo eran solo eso; mitos e historias. En el 67% del total de culturas (principalmente en el caso de los pueblos agricultores) los hombres parecían haber controlado a las mujeres en la mayoría de los ámbitos de actividad. En una cantidad importante de sociedades (30%) hombres y mujeres parecían haber detentado jerarquías equivalentes, en especial en el caso de los pueblos dedicados a la horticultura y en el de los cazadores-recolectores. Y en el 50% del total de las culturas, las mujeres tenían mucha más influencia informal de la otorgada por las reglas de la sociedad. Aun en las sociedades en que las mujeres tenían varias propiedades y ejercían considerable poder económico, no necesariamente contaban con derechos políticos amplios o influencia religiosa, lo que demuestra que el poder en un sector de la sociedad no se traduce siempre en poder en los demás ámbitos. Estados Unidos es el paradigma: en 1920 las mujeres lograron el derecho al voto y su influencia política aumentó. Pero continuaron siendo ciudadanas de segunda clase en lo laboral. Whyte demostró asimismo que no existe nada parecido a una posición social femenina única, que tampoco existe en el caso de los hombres”.
 Helen Fisher.


Entendiendo que el poder tiene múltiples dimensiones y que la sumisión también puede ser una fuente de poder sobre el dominador, los  teóricos de ambos sexos han puesto el acento en otras variables como son las socioeconómicas, las raciales, laborales, psicológicas, etc. La mayor parte de ellas se han dado cuenta de que la variable de la edad es sumamente importante a la hora de valorar el poder femenino en todas las culturas de la tierra. Además, en muchos rincones del planeta a las mujeres mayores se las considera “parecidas” a los hombres, según la antropóloga Judith Brown (1982).

Numerosos estudios demuestran que en casi todas las culturas las mujeres, al llegar a la madurez, alcanzan la independencia, el dinero, las propiedades y las relaciones que les dan poder económico y prestigio. En nuestras sociedades, por ejemplo, las mujeres maduras poseen mayor esperanza de vida y mayor capacidad adquisitiva. Un dato importante, según Helen Fisher, para la industria  y la política, pues se calcula que para 2020 el 45% de los votantes norteamericanos serán personas mayores de 55 años, y mayoritariamente mujeres.

Pero no solo las mujeres ancianas tienen poder e influencia, sino que ha habido, y hay, muchas mujeres empoderadas en las diferentes culturas de la Tierra. La diferencia con el poder patriarcal está en nuestra capacidad para empoderarnos juntas. Incluso en sociedades no patriarcales, las mujeres no han ejercido el poder bajo la violencia o la imposición a la fuerza de un sistema político y económico de signo matriarcal. Los grupos de mujeres más comunes no son jerárquicos, sino horizontales: este fenómeno se da porque desde siempre hemos sabido trabajar unidas y nos hemos organizado para lograr objetivos comunes.


En contra de la estereotipada imagen que muestra a las mujeres como malas compañeras de trabajo
(envidiosas, competitivas, autoritarias y chismosas), la realidad es que se nos da muy bien coordinar en red y trabajar en equipo. 
Cuando hay hambre las mujeres hacemos ollas comunales en las que cada una aporta lo que puede para que coma todo el pueblo, cuidamos de los bebés de nuestras amigas y hermanas, compartimos saberes y recursos, nos enseñamos unas a otras, nos apoyamos y nos organizamos contra las guerras y la violencia, por la tierra y el agua, por el derecho a la maternidad libre, por el derecho a tener salarios dignos, por el derecho a votar, a la libertad de movimientos, a la ciudadanía plena.


 Gracias a esta capacidad para organizarnos y defender nuestros derechos, hemos logrado cambiar la legislación democrática de muchos países, despertar la conciencia en mucha gente,  y hemos logrado, también, que se unan los hombres igualitarios a nuestras luchas, cada vez más plurales e inclusivas: las alianzas entre mujeres árabes y católicas, mujeres indígenas, mujeres afrodescendientes, mujeres transexuales, mujeres ecologistas, mujeres sindicalistas, mujeres lesbianas, mujeres discapacitadas, mujeres migrantes, mujeres campesinas, mujeres empresarias, etc se están traduciendo en una mejora de la calidad de vida de las poblaciones. Luchando todas juntas por los derechos humanos con este enfoque de género podremos crear un mundo más igualitario, sin discriminaciones por razón de edad, género, orientación sexual, etnia, religión, capacidades, etc.

 Por esto el empoderamiento femenino no consiste en que unas pocas mujeres lleguen a tomar el poder; se trata de cuestionar ese poder para transformarlo y para trabajarlo colectivamente, en pro del bien común.


Coral Herrera Gómez 




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