15 de febrero de 2010

EL AMOR Y LAS LUCHAS DE PODER



"Esta relación me va a matar"


El deseo de dominar es el más universal e irresistible que existe, afirmó Simone de Beauvoir. En mi estudio sobre el amor he estado pensando en las luchas de poder que recorren las relaciones de pareja en particular, y las relaciones entre los humanos en general. Somos animales gregarios y nos relacionamos entre nosotros jerárquicamente. El hombre blanco homosexual rico tiene más poder que un hombre de otra etnia homosexual pobre, por ejemplo. A su vez, un hombre blanco heterosexual joven ocupa una escala superior con respecto al hombre blanco heterosexual y anciano. En la escala más baja de esta pirámide social, se sitúa la mujer negra lesbiana y pobre.

Dentro de los grupos humanos también hay jerarquías; por ejemplo, en los cuerpos militares (cabos, oficiales, capitanes, tenientes, etc.), en las empresas (Presidente, Director, Jefe, Encargado, oficinista), en los colegios (Director, profesores, alumnos), en los ayuntamientos alcalde, concejales), en los hospitales (Director, Médico, Enfermero, ATS...)... También en las relaciones emocionales y sentimentales existen estas jerarquías; por ejemplo, en el seno de una familia nuclear tradicional (Patriarca, Madre, Abuelos, Hijos, Nietos).

En las parejas lo ideal es que ambos miembros se relacionen igualitaria y libremente. Para que ello suceda, debe primar la sinceridad, la generosidad, la comunicación, la solidaridad y el compañerismo. Yo siempre digo que la amistad es transparente y la pasión es opaca, porque está llena de misterio, de miedos, de deseo y de secretos. A menudo el amor es un campo de batalla entre dos personas que luchan por no perder su autonomía e independencia. Dado que el enamorarse trae consigo una magia en la que la razón tiene poco trabajo que hacer, cuando alguien se enamora tiene dos opciones: o tratar de autocontrolarse, tratando de actuar racionalmente, sin perder la cabeza; o lanzarse al agua sin miedo y dejarse llevar por la corriente turbulenta de las emociones y los sentimientos.

Hay personas que están deseando ser rescatadas; otras que están dispuestas a entregarse sin límites, sin medida; otras personas se dejan querer sin dar(se) apenas; otras se defienden y tratan de poner barreras a la pasión. Hay gente que le gusta o necesita depender de alguien, y hay personas que no lo soportan. La lucha interna suele estar en dos frentes: contra los sentimientos de uno mismo y contra la otra persona.

Si el sentimiento amoroso fuese como un grifo, podríamos controlar las dosis de agua, cerrar de vez en cuando, abrir cuando nos apetezca, y disminuir o aumentar la intensidad a nuestro capricho. El problema, creo, es que la pasión suele ser como una inundación arrasadora que no sigue los cauces de los ríos sino que los desborda, invadiendo parcelas de nosotros mismos sin que podamos evitarlo. De ahí vienen las luchas; enamorarse es como reconocer que hemos otorgado a una persona todo nuestro poder. Enamorarse es "caer"bajo el hechizo, como Tristán e Isolda, ser débil, verse controlado por fuerzas irracionales que escapan a nuestra voluntad y que limitan nuestro libre albedrío.

Es increíble la cantidad de gente que está enamorada de gente que ama a otra gente. Como si estuviéramos predestinados a no encontrarnos nunca en una serie de persecuciones. Amamos lo que no poseemos, y una vez que lo tenemos, dejamos de valorarlo y vamos en busca de nuevas emociones, de nuevas conquistas y nuevos retos. Dicen algunos científicos que esto se debe a varios factores: el pasado cazador del ser humano, su carácter depredatorio, su ansia de emociones fuertes o el hecho de que el ser humano es un ser deseante.

Lo curioso del deseo es que muere con su realización. Por eso el ser humano está siempre sufriendo en pos de conquistas nuevas, porque la pasión es una emoción intensa similar a la que provocan las drogas, el deporte de riesgo, la fiesta o la aventura. Y cuando la pasión muere o decrece, hay varias opciones:
- Seguir en pareja, alimentar la pasión y disfrutar de la complicidad, la ayuda mutua, el compañerismo y el cariño de la otra persona. Cuando la pasión decrece hay que currárselo, nutrir la relación, mantenerla viva. Yo siempre comparo el amor con una hoguera a la que hay que alimentar continuamente, y a partes iguales, porque hay veces que se desloma uno sólo echando leños.
- Otra opción es partir en busca de nuevos desafíos, de pasiones que te descentren, te descoloquen, te cambien la vida o te arrastren irracionalmente hacia el objeto de deseo.
- Descansar de tanta pasión y dedicar la energía a otras personas o a otras actividades más creativas.

Dice Denis De Rougemont que el amor pasional de verdad es como el de Romeo y Julieta; un amor que se nutre de la imposibilidad, de los obstáculos y las barreras a vencer. Por eso la historia de Julieta y Romeo no termina con un "y vivieron felices"; sino en tragedia y muerte.
La pasión termina con la rutina y se alimenta con la separación y la imposibilidad. Las grandes historias de amor, afirma Rougemont, son las que se dan entre parejas que no pueden disfrutar plenamente el uno del otro por varias razones: familias enfrentadas, adulterios, amores interclasistas o interraciales, diferencias de edad, etnia o religión, etc.


Las mujeres y los hombres han intentado dominarse mutuamente desde el principio de los tiempos. En las culturas patriarcales, las mujeres han estado siempre controladas y domesticadas por su padre primero, y por su esposo después. A su vez, muchas mujeres machistas pretenden controlar a los hombres con su poder sobre la cocina y la casa; a muchas madres no se les ocurre enseñar a sus hijos varones o a sus maridos a planchar o cocinar por miedo a que no las necesiten, porque se saben únicas en determinadas artes que los hombres no conocen, y por ello se sienten útiles e imprescindibles.

En la actualidad de Occidente, las mujeres no pertenecemos legalmente a nadie y podemos hacer lo que queramos con nuestra vida una vez alcanzada la mayoría de edad. Sin embargo, muchas mujeres independientes no han logrado deshacerse de las cadenas que aún las atan a los hombres. Ya lo decía Marta Sánchez en una canción "me has sometido aunque nunca me hayas obligado... con solo una mirada, con solo una palabra, me puedes destrozar, me puedes convencer, me puedes convertir, en lo que quieras tú". Sin embargo, esta esclavitud de amor no conoce barreras de género; también los hombres se ven sometidos a la fuerza del amor, y también ellos tratan de resistirse a ser presas de caza. Nadie quiere ser dominado por sentimientos irracionales o por otra persona; excepto los y las masoquistas.

Pienso en que lo ideal sería que fuésemos tal y como somos con las personas aunque nos enamoremos de ellas; y que nos relacionásemos amorosamente entre nosotros, sin luchas de poder. Pero la pulsión pasional occidental es posesiva, caprichosa, egoísta; y casi siempre va unida a la fantasía y la idealización. Muchas veces la pasión disminuye cuando nos damos cuenta de que el otro no es perfecto, o que no es como querríamos que fuese. Muchaspersonas intentan que sus parejas se adapten a la idea que ellas tienen de la pareja ideal; pero cuando esto sucede, dejan de amarlas, porque una persona domesticada y sin voluntad propia no despierta ningún interés ya; no es la persona libre de la que nos enamoramos.

El amor yo creo que, en un nivel más general o abstracto, es la capacidad de relacionarse igualitariamente, sin tratar al otro como un objeto, sino como otro ser libre con el que compartir experiencias. Querer a alguien es quererlo tal y como es, con sus defectos y con sus defectos. Querer a alguien no es querer poseerlo, sino verlo libre y a nuestro lado, en una suma en la que uno más uno es dos, no uno. Pero amar es complicado porque el ser humano se apega demasiado a las cosas y personas a las que ama, y tiene un miedo terrible a perder seres queridos. Porque amamos egoístamente y tenemos fobia a la soledad. Y la gran quimera del amor, la más grande falacia, es que teniendo una pareja a tu lado, nunca más vas a sentirte solo.

Muchas personas creen que el amor es la salvación; es como una nueva religión. Ahora que sabemos que estamos solos, que Dios ha muerto, buscamos lo sagrado en relaciones ideales que nos mitiguen el miedo a la muerte y a la soledad, en emociones desatadas que nos entretengan del miedo al vacío. Le pedimos mucho al amor en ese sentido, y por eso nos sentimos heridos, decepcionados, engañados, cuando comprobamos que ni una sola persona en el mundo nos va llenar por completo en todos los aspectos de la vida y para siempre. Nos cuesta aceptar que somos seres autónomos que nos relacionamos con el resto en base a nuestras expectativas, intereses y deseos, y que por ello precisamente, las relaciones humanas en general son difíciles, y a menudo dolorosas.

Supongo que sufriríamos menos si amasemos con menos egoísmo y disfrutásemos con el amor que sentimos hacia el otro, sin esperar nada a cambio, sin necesidad de poseer a esa persona.
Pero el amor-pasión es una construcción cultural al que van ligadas muchas otras construcciones culturales: la propiedad privada, la exclusividad, el contrato, el compromiso. Y a otros sentimientos naturales como el miedo, la necesidad de sentirse valorado y querido, de sentirse acompañado. Los seres humanos necesitamos protección, estabilidad y seguridad, y a la vez, contradictoriamente, la necesidad de arriesgar, de aventurarse y vivir experiencias nuevas. Por eso es tan complicado... y porque siempre queremos lo que no tenemos o lo que hemos perdido para siempre.


Coral Herrera Gómez

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8 de febrero de 2010

cultura patriarcal, lenguaje patriarcal



Si nuestra cultura es patriarcal, es normal que nuestra lengua sea sexista. Lo que no es normal es que tenga que seguir siéndolo por los siglos de los siglos mientras las leyes, las costumbres y las mentalidades cambian.

Las lenguas son gigantescas construcciones culturales creadas por los seres humanos, y como todo lo que está vivo, varían con el tiempo, evolucionan a la par que están siendo usadas. Las lenguas son formas diferentes de expresar la realidad; son herramientas para la comunicación entre los seres humanos. En diez mil años de existencia, la humanidad ha mejorado sus herramientas hasta llegar a la alta tecnología espacial, de modo que si el lenguaje verbal es una herramienta, es obvio que también puede evolucionar al mismo paso que la sociedad que la usa.

Las comunidades y los pueblos crean su lengua a partir de sus vivencias individuales y de grupo, sus creencias religiosas, sus tradiciones, sus cosmovisiones, las condiciones climáticas en las que viven... cada idioma aporta al mundo su manera de ser y de sentir, sus modelos de comportamiento, sus formas de percibir la realidad. En lenguaje esquimal existen innumerables formas para describir la nieve o los matices del color blanco. Para lo que nosotros tenemos tres o cuatro palabras, el pueblo esquimal usa una treintena. Y esto sucede porque sus formas de vida están ligados a la nieve y el hielo; por eso sus necesidades, sus modos de subsistencia, su saber acumulado, se reflejan en su lenguaje.

Siendo un producto social y cultural, el lenguaje está atravesado de ideología. Lo mismo que el arte, la política, la economía o la democracia, que son abstracciones humanas atravesadas por una forma determinada de ver y entender el mundo. Las ideologías son el conjunto de ideas e intereses que unen a determinados individuos.

Así pues, se entiende perfectamente que en una sociedad donde la feminidad es sinónimo de oscuridad, debilidad, maldad, cobardía, estupidez, y mil cosas negativas más, su lenguaje sea sexista. Lo que no se entiende es por qué los académicos y l@s purist@s se llevan las manos a la cabeza, escandalizados por los cambios que el lenguaje está experimentando en los últimos años. A los de la R.A.E. les parece muy moderno incluir vocablos de uso popular, pero defienden con uñas y dientes la "economía" del lenguaje, el uso del masculino como género neutro, y la estructura que permite que el mundo sea pensado en masculino. Lo que ellos consideran correcto es un castellano que no conoce la palabra ninfómana en masculino, pero tiene mil formas para nombrar a las mujeres que hacen con su cuerpo y su placer lo que desean: zorra, puta, guarrilla, putón verbenero, mujer de vida alegre, mujer de la calle, fresca, etc. Un idioma que nombra los objetos domésticos en femenino (la bayeta, la fregona, la sartén, la cacerola, la mesa, la silla, e incluso la televisión), pero en cuanto salen al mundo público, se masculinizan (la Intranet se convirtió en la Internet y después en el Internet, aunque todavía lo sigo viendo con ambas formas). En nuestro lenguaje, no había palabras para definir a una mujer jueza, arquitecta, abogada, o antropóloga, pero afortunadamente las mujeres ya no dicen: "soy ingeniero", como antes. Es tan curioso como el hecho de que hace años el significado de Presidenta era "la mujer del presidente", porque antes no existían presidentas de ningún tipo.

Me sorprende el rechazo rígido que reniega del lenguaje no sexista, porque, como digo, las lenguas son sistemas vivos que pertenecen a las personas que las hablan; y resulta que las mujeres hablamos, nos comunicamos, educamos, transmitimos, a los demás, en privado y en público. Se pongan como se pongan los académicos, una nueva forma de ver y de estar en el mundo requiere, sin duda, cambios en su forma de expresarlo. Mucha gente, sobre todo periodistas, se rieron de Bibiana Aído cuando utilizó el término "miembras", pero a mí me parece bien que se innove, que se pruebe, que se incorporen nuevas formas antipatriarcales de nombrar la realidad. Más que forzar el lenguaje, se trata de extraer de él nuevas palabras que permitan visibilizar lo femenino.


De hecho, es un proceso inevitable, e imparable. Habrá más o menos resistencias, pero al final, si existe una igualdad legal y económica, no se podrá evitar que los cuentos que nos contamos cambien, que las expresiones se transformen, que se explore y se innove para lograr una igualdad integral, en todos los niveles. Con decir que todos somos iguales ante la ley no basta. Hay que eliminar progresivamente la discriminación en el lenguaje y la cultura. Y no pasa nada.

A medida que he ido adquiriendo conciencia de cómo las leyes se volvían igualitarias pero la cultura (lenguaje, refranes, chistes, creencias, etc.) siguen siendo patriarcales, entiendo que la única forma de lograr la igualdad real es que aprendamos a nombrar el mundo en femenino, y alternemos de manera natural con el otro modo de nombrar el mundo, en masculino.

Tengo que decir que también aquí hay una cuestión personal. No puedo evitar indignarme cuando formo parte de un grupo de diez mujeres y alguien nos dice: "Lo estáis haciendo muy bien todos. Venid por aquí chicos". Me quedo como alucinada, pensando, ¿pero esta mujer/hombre no se da cuenta de que somos todas mujeres excepto uno?. Cuando ejerzo de profesora cuido mucho el lenguaje, y noto que a mis alumnos varones no les afecta que alterne en el uso de los plurales masculinos y femeninos.

Me parece una falta de respeto que la gente hable en masculino todo el tiempo, y cuando son las mujeres las que hablan de ellas mismas o de las demás como si fuésemos hombres, más, porque es cuando tomo conciencia del papel central que tenemos las mujeres en la perpetuación del patriarcado, criando hijos e hijas que ven la feminidad como lo otro, como lo diferente. Hijas que se piensan a sí mismas como una minoría social, que alguna vez sueñan con ser niños para que se les escuche como a ellos, que estudian en el colegio las grandes gestas de los grandes hombres, como decía Beauvoir.

¿No les parece curioso que los presentadores y las presentadoras de televisión se dirijan a los telespectadores, cuando está demostrado que la televisión es vista mayoritariamente por mujeres?. No son los hombres de ciudad, sino las mujeres, en el ámbito rural y de mediana y mayor edad; son ellas las que más horas pasan frente al televisor. Y si no, comprueben por qué la mayor parte de los anuncios se dirigen a nosotras, a nuestro tránsito intestinal, a nuestras arrugas, a nuestro olor, nuestra incontinencia, nuestras tareas domésticas...

A medida que me voy haciendo consciente de la importancia de la visibilidad femenina, me sorprendo con cosas en las que no había reparado antes. Si voy a un congreso de editores, por ejemplo, todo el mundo habla de lectores, de escritores, de editores y de ilustradores como si no hubiera escritoras, autoras, editoras, e ilustradoras. Excepto la Ministra, que es la única que cuida el lenguaje entre tanto hombre anciano y poderoso, y que utiliza un lenguaje que no excluye a nadie.

Si voy a un congreso de contenidos digitales, todo el mundo habla de usuarios; la única vez que hablaron de usuarias fue a propósito de una página dedicada a las mujeres. Si monto en el metro, la voz en off se dirije a los señores pasajeros, y da rabia ver que en el vagón la mayoría son mujeres trabajadoras que vienen del curro.

Otro ejemplo es cuando en 1969 se dijo: "El hombre ha llegado a la Luna". Como seguramente Marte lo pisará una mujer astronauta, me pregunto cómo serán los titulares:
"El hombre pisa Marte por primera vez. Mary Smith aterriza en el planeta rojo".
"La mujer ha llegado a la luna. Y el hombre también", o
"La humanidad pisa en Marte".
Se admiten apuestas, ¿qué pensáis vosotras?.

En el facebook no se nos reconoce como administradoras, y tampoco puedes agregar a amigas, solo ponerlas en el apartado "amigos". Actualmente hay un grupo que se llama "Soy una mujer. No me uno a los grupos que no me nombran" , en el que publican enlaces muy interesantes y abogan por el uso de la arroba. Es tan sencillo como buscarle un sonido a esa vocal posmoderna, y entonces todo fluirá por sí solo, con tranquilidad. La @ es lo más neutro que se me ocurre; el debate está abierto, y calentito.



Leo muchos artículos en contra del lenguaje no sexista, pero a título personal, no sé si se entiende esta sensación de que una no existe, o al menos, que no importa mucho, a no ser que me estén vendiendo algo o me hablen de cosas que la gente considera "femeninas". A veces me siento que no soy pasajera, ni usuaria, ni ciudadana, ni siquiera profesora, porque las empresas siguen poniendo anuncios de trabajo para profesores, educadores y redactores, como si las mujeres tuviésemos que optar a un puesto de trabajo que en realidad es para ellos. Ese hacer como si la humanidad fuese masculina, como si a las ciudadanas no las importase que se hable de los ciudadanos para hablar de la ciudadanía, me parece una falta de respeto y de educación.

La costumbre de hablar en masculino plural es, simplemente, un vestigio histórico de hace treinta o cuarenta años, cuando no había mujeres en el parlamento, ni en las reales academias, ni en las universidades, ni en los ministerios, ni en los Consejos directivos de las grandes empresas. Sé que entonces era normal hablar en masculino en las reuniones, conferencias, congresos, ruedas de prensa, convenciones, etc. porque no había mujeres. Y las que había, estaban limpiando o sirviendo copas y canapés.

Y ahora, haberlas haylas, aunque siguen siendo muy pocas. Por eso se debería hacer un esfuerzo por visibilizarnos, por hacernos sentir partícipes de las cosas. Por eso me parece bien que cuando un político o una política hable por televisión, salude a todos y todas. Por eso me parece bien que los profesores no hagan con sus alumnos como si todos fueran niños, especialmente cuando tienes veinte alumnas y dos alumnos.

Me parece delicioso poder cambiar de género cuando me apetezca, hablando con mi gente. Me hace sentir que el lenguaje es flexible, que se puede utilizar como una quiera, y que mis amigos varones no se sienten en absoluto ofendidos.

Hoy las cosas están cambiando, las mujeres estamos experimentando un empoderamiento, y el mundo ya no es de los señores en exclusiva, aunque es lógico que protesten por lo que ellos creen correcto y adecuado. Sin embargo, nosotras sabemos que el concepto de lo que es normal, natural, correcto y adecuado varía con las épocas históricas, las zonas geográficas, las edades y las culturas. Para mí no es normal que me encierren por expresar mis ideas, pero hace cuarenta años era lo más normal del mundo.

Así que ahora que la masculinidad ya no es todopoderosa, quizás lo lógico sea que el lenguaje cambie, que la comunicación humana no esté mediada por lo masculino, que cuidemos nuestras formas de dirigirnos a las personas, que poco a poco construyamos una sociedad y un lenguaje más igualitario y justo.
Digo yo, vamos.


Del muro de Ciudad de Mujeres he escogido las palabras de Isa Antón Fresnos:

El uso de un lenguaje que representa a las mujeres y a los hombres y que nombra sus experiencias es un lenguaje sensato, porque:
NO OCULTA
NO SUBORDINA
NO INFRAVALORA
NO EXCLUYE
NO QUITA LA PALABRA A NADIE

Coral Herrera Gómez



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