22 de junio de 2011

El Mito de la Heterosexualidad y el Mito de la Monogamia.







San José, Costa Rica, 20 al 24 de junio de 2011

CONGRESO GEFEDI:

DIVERSIDADES Y DERECHOS HUMANOS

FORO: Identidades y Sexualidades diversas

Modera: Paula Sequeira Rovira
Académica, Instituto de Estudios de la Mujer, UNA

Panelistas:
•    Gloria Careaga Pérez, Universidad Nacional Autónoma de México
•    Coral Herrera Gómez, Universidad Carlos III de Madrid
•    Berenice Bento, Universidade Federal Do Rio Grande Do Norte, Brasil
•    Gabriel Gallego Montes, Universidad de Caldas, Colombia

Miércoles 22, de 14:30 a 16:30







PARA ESCUCHAR LA CONFERENCIA:

http://www.fire.or.cr/audiosmp3/Coral_Herrera.mp3

PARA LEERLA: 

GRANDES MITOS DEL ROMANTICISMO PATRIARCAL: EL MITO DE LA MONOGAMIA Y EL MITO DE LA HETEROSEXUALIDAD


El amor romántico occidental, como todas las construcciones creadas social y culturalmente, está atravesado por una ideología hegemónica de carácter patriarcal. Las principales características de la ideología romántica burguesa son las de un sistema  basada en la pareja monogámica, heterosexual, regulado, entre adultos, orientado a la procreación y bendecido por la sociedad, la Iglesia y el Estado.  

Este sistema amoroso está basado en el individualismo burgués, ya que su premisa para amarse la libertad de elección de pareja, y lo que. H.D. Lawrence denominó “egoísmo a dúo”, que es una forma de relación basada en la dependencia, la búsqueda de seguridad, necesidad del otro, la renuncia a la interdependencia personal, los celos, la rutina, adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento mutuo…

Normalmente tendemos a pensar que las normas amorosas, morales y sexuales occidentales siguen los dictados de la naturaleza; la Ciencia se ha encargado de legitimar esta visión, hasta llegar incluso a afirmar que el mito de la monogamia y la fidelidad sexual es una realidad biológica y universal, negando su carácter cultural.

También la heterosexualidad es un mito que recorre nuestra cultura y que presenta como normal lo que en realidad es una opción sexual más, y como desviadas todas las demás opciones. La necesidad de parejas heterosexuales que formen familias normales posee una explicación económica muy obvia: el sistema social y político necesita de una estructura básica que está basada en el trabajo en pareja para sacar adelante a nuevos trabajadores y trabajadoras que produzcan y consuman. Esta pareja estable ha de educar a sus vástagos para que sean capaces de adaptarse a una realidad que han heredado sin que protesten; para ello es necesario que asuman como algo normal y natural los salarios y los horarios de trabajo, y el funcionamiento socio-político, legal y económico de la realidad.

Fuera de este modelo estereotipado, las parejas interraciales, homosexuales, las parejas formadas por un menos de edad, os tríos, los intercambios de pareja y otras formas de amarse están invisibilizadas, a veces penalizadas y (casi) siempre al margen.

En el siglo XX, la teoría feminista denunció la función social del amor romántico como instrumento de dominación y de sumisión femenina, porque nuestro modelo canónico de relación amorosa está basado en una división artificial de la realidad en dos grupos opuestos organizados jerárquicamente. A través de los mitos, los estereotipos y los roles de género, el amor romántico ha perpetuado la desigualdad estructural de nuestra sociedad en dos clases, que se relacionan en base a la dependencia mutua. Por eso creo que el romanticismo fue y sigue siendo una herramienta de control social del poder patriarcal para influir y construir las emociones y los sentimientos de la población, especialmente la femenina.

Lo curioso es que, a través de la globalización, las industrias culturales han logrado expandir el ideal romántico basado en la idea de la eternidad, la fidelidad, la felicidad y la armonía a todo el planeta. De modo que a través de relatos mitificados (cine, televisión, canciones, novelas, etc), la población occidental primero, y el resto de las sociedades después, se han visto seducidas por esta promesa idealizada que en la realidad es fuente de decepción y conflicto.

El sufrimiento y la frustración surgen cuando nos apartamos del canon de la pareja heterosexual y monogámica, o cuando, estando en pareja, las expectativas de armonía y estabilidad emocional no se cumplen. Y es que las relaciones humanas son de por sí conflictivas, difíciles, dolorosas; así que cuando las encuadramos en estructuras rígidas disfrazadas de romanticismo, el dolor y el desengaño suelen ser todavía más intensos.

Fundamentalmente porque nos creemos los cuentos que nos cuentan cómo deberían ser las cosas; y porque existe una sanción social para todo aquel o aquella que se desvía de la senda de la “normalidad”. Un ejemplo es que el sistema amoroso y erótico está pensado para ser vivido de dos en dos; por lo tanto cualquier grupo humano que quiera vivir su sexualidad en estructuras más numerosas está rompiendo la norma o está yendo “contra natura”, y provoca escándalo social, con su consiguiente sanción social o incluso jurídica.

Los mitos son trucos narrativos para facilitar la integración de los nuevos miembros de la sociedad; surgieron como narraciones contra el terror de lo desconocido. También son guías emocionales; los relatos míticos nos ofrecen modelos de conducta, ejemplos a seguir, y sobre todo, nos hacen distinguir lo que está bien y lo que está mal. Por eso su principal función, además de integradora y moralizante, es el mantenimiento de la tradición cultural, y la perpetuación del statu quo socioeconómico y político.

El amor romántico es un mito que nos proporciona una guía, una forma muy concreta de relacionarnos erótica, sexual y afectivamente. Los mitos más importantes insertos en este modelo amoroso son: el mito de la media naranja, el de matrimonio por amor, el mito de la eternidad del amor, la omnipotencia del amor, el mito del libre albedrío, el del emparejamiento, la heterosexualidad y la monogamia.

Me voy a centrar en el mito de la monogamia y el de la heterosexualidad. Ambos constriñen nuestra imaginación, nuestro erotismo, y nuestros sentimientos, y por eso creo que es importante poner de relieve su condición mitológica; sólo así podremos liberarnos de la imposición patriarcal que organiza nuestras emociones y vivencias en un sistema cerrado basado en la represión de nuestro deseo y nuestros instintos.

1.      EL MITO DE LA MONOGAMIA

La monogamia es un mito, y en contra de lo que mucha gente cree, no es algo natural, sino que es una construcción social humana que surge en algunas culturas y en otras no. En la nuestra, la monogamia es un relato ejemplarizante, un modelo a seguir que se graba en nuestras conciencias como si fuera una ley divina.

La relación romántica entre dos personas está basada en un contrato social de exclusividad sexual,  pero no en una realidad biológica. La monogamia es, además de un mito, una norma de regulación de las relaciones en el seno del patriarcado, y es posible solo gracias al adulterio y la prostitución.

El mito de la exclusividad ha sido ensalzada por la cultura patriarcal como una de las esencias del amor verdadero, por eso la prostitución femenina y masculina están invisibilizadas en nuestra cultura, dado que son fruto de la hipocresía de la sociedad burguesa, que coloca en la parte luminosa el amor eterno y feliz, y en la parte oscura todas las transgresiones que se llevan a cabo en el campo del erotismo y el amor.

El adulterio es en realidad la otra cara de la misma moneda, y por eso es también un relato que inunda los productos culturales (películas, novelas, series de televisión, canciones de la música pop), que muestra los riesgos y las consecuencias de quienes practicanla promiscuidad sexual al margen del modelo canónico. Un ejemplo de ello es que los escritores y guionistas siempre o casi siempre condenan a las mujeres adúlteras: a la muerte, al ostracismo social, a la soledad.. pensemos en Madame Bovary, o en la protagonista de Las Amistades Peligrosas.

El adulterio es clandestino y subversivo porque representa la ruptura del pacto conyugal, y no solo sacude los cimientos de la pareja, sino también los de la institución familiar y por extensión, la estructura social al completo. En principio es atractivo porque constituye un modo de evadirnos de la realidad cotidiana.

Al ser excepcional es, también, un afrodisíaco que incentiva el erotismo y el deseo, pero sólo porque está prohibido. Este deseo surge de manera explosiva cuando existen obstáculos, normas, contratos que romper, porque nos permiten llevar una realidad paralela, porque nos dota de una nueva identidad, porque rozamos el lado oscuro de la realidad, porque transgredimos normas y satisfacemos nuestros deseos. Lo prohibido, la clandestinidad... todo constituye un juego peligroso que consiste en disfrutar sin que te descubran; prueba de ello es la intensidad de los amores estilo “Romeo y Julieta”, que nunca hubieran pasado la historia si no hubiera sido por la enemistad de los Capuleto y los Montesco, grave obstáculo para la unión de los amantes.

El adulterio está basado en la idea de que uno/a merece disfrutar de la vida: los y las adúlteras han firmado un pacto de fidelidad, pero se lo saltan porque creen que la vida es corta, porque hay que atreverse a vivir sensaciones fuertes, porque un@o se lo merece más que nadie, porque no se puede evitar lo que se siente. Entonces nos convertimos en mentirosos, buscadores de coartadas que nos permitan disfrutar, nos sentimos traidoras porque estamos cogiendo lo mejor de todo.

A algunas personas les causa un intenso y doloroso conflicto consigo mismas; otras son capaces de practicarlo sin remordimientos. Algunas  personas lo viven como un acontecimiento excepcional en sus vidas, y otras rompen su matrimonio para iniciar otra aventura conyugal, firmando un nuevo pacto de fidelidad con el amante ahora convertido en marido o esposa. También hay parejas como los practicantes de swinger (intercambio de parejas) que no sufren al ver disfrutar a su pareja con otra persona; ellos y ellas mantienen una fidelidad sentimental y emocional, pero abren su mundo sexual a otras personas.

Y es que los seres humanos somos seres deseantes, nos encanta la novedad, los desafíos, y los descubrimientos; además, en nuestro breve paso por este mundo, no tenemos  muchas posibilidades de vivir grandes revoluciones; normalmente la vida transcurre por cauces señalados de antemano y asumidos como necesarios, de modo que es normal que busquemos situaciones extraordinarias más allá del círculo de producción-reproducción y consumo, y que de vez en cuando queramos romper con todo, que busquemos nuevos desafíos, que transgredamos el orden para salir del aburrimiento y del vacío existencial que nos hace sentir que nuestra vida está demasiado programada y controlada.

ESTUDIOS SOCIOBIOLÓGICOS SOBRE LA MONOGAMIA

David P. Barash y Judith Eve Lipton (2003) demostraron que la monogamia es un mito que cada vez tiene menos fundamento. En el mundo animal, especialmente entre los mamíferos, la monogamia es una rareza: De entre cuatro mil especies de mamíferos, no más de unas pocas docenas forman vínculos de pareja fiables, como los murciélagos (solo unas pocas especies), ciertos cánidos (en especial zorros), unos pocos primates (como los titís), un puñado de ratones y ratas, la nutria gigante de Sudamérica, el castro del norte, unas cuantas especies de focas y un par de pequeños antílopes africanos.

También lo es en la especie humana: Barash y Lipton presentan diversos estudios que demuestran esta excepcionalidad:
– De 185 sociedades humanas examinadas por el antropólogo C.S.Ford y el psicólogo Frank Beach, solo 29 (menos del 16%) restringían formalmente a sus miembros a la monogamia. Además de permitir el sexo extramarital entre parientes designados, otras sociedades monógamas aprueban el sexo extramarital en momentos específicos, de modo especial en festividades religiosas o de recogida de la cosecha, como el carnaval brasileño.
– En su estudio clásico Social structure el antropólogo G.P. Murdoch descubrió que entre 239 sociedades humanas distintas de todo el mundo, solo en 43 se imponía la monogamia como único sistema matrimonial aceptable.
– Un estudio de 56 sociedades humanas diferentes descubrió que en nada menos que en un 14% de ellas prácticamente todas las mujeres mantenían CFP (cópulas fuera de la pareja), mientras que en un 44% hacía lo propio una proporción moderada, y en un 42% las mantenían relativamente pocas.
- En el caso de los hombres: casi todos los hombres practicaban CFP (cópulas fuera de la pareja) en un 13% de las sociedades, una proporción moderada de ellos hacía otro tanto en un 56% y unos pocos lo hacían en un 31%.

MONOGAMIA ANIMAL

En la modernidad el estudio sobre la monogamia en animales estuvo enormemente influenciada por la moral victoriana en Inglaterra y la moral católica en el resto de europa; la mayor parte de las investigaciones poseían un sesgo patriarcal propiciado por la hipervirilidad de la ciencia que fue puesto al descubierto por corrientes críticas, especialmente por las teorías feministas.

A finales del siglo XX y principios del XXI las revisiones de estos estudios están demostrando que la monogamia total y exclusiva es un fenómeno extraordinario; es más bien un ideal mitificado que una realidad. Además, los descubrimientos y revisiones científicas más excitantes generados por la reciente demolición del mito de la monogamia conciernen al papel de las hembras. Los científicos trabajaban con la suposición de su apetito sexual es menor, y su grado de promiscuidad inferior al de los machos; además, los estudios se hacían en base siempre a la necesidad de recursos de las hembras, pese a que en muchos animales son ellas las que se encargan de alimentar a la prole.

Después de capturar vivas a aves migratorias al menos un 25% de ellas resultaron ser ya portadoras de semen. ¡Y esto antes de haber llegado a las áreas de reproducción a las quese dirigían! Es evidente que cuando las hembras establecen su nido con un macho territorial, más de una y más de dos han perdido ya su virginidad". (Barash y Lipton, 2003).

Las investigaciones han demostrado que la competencia espermática de los machos es consecuencia de la preferencia de las hembras por estímulos sexuales novedosos: los machos pueden imponer a sus parejas el equivalente a un cinturón de castidad, un «tapón copulatorio». Entre muchas especies —incluida la mayoría de los mamíferos— parte del fluido seminal se coagula o forma una masa gomosa, a menudo visible, que sobresale ligeramente de la vagina. Solía pensarse que servían para impedir que el semen se derramara al exterior. Pero está cada vez más claro que también funcionan en la dirección opuesta: para impedir la entrada a otros machos. Tales ingenios no serían necesarios si las hembras no mostraran inclinación a aparearse con más de un macho.

En muchos animales (especialmente insectos) el pene no es meramente un conducto para el esperma; es también un raspador, un taladro, un escariador, un sacacorchos; una verdadera navaja del ejército suizo llena de ingenios y dispositivos evolucionados para eliminar el esperma de cualquier macho precedente.

Según Barash y Lipton, la violación, el maltrato, el divorcio, el matrimonio, los celos y las peleas conyugales no son fenómenos exclusivamente humanos. Los animales que se emparejan son felices cuando reina la armonía entre ellos, se enfurecen si sus parejas les son infieles, abandonan a sus parejas si encuentran otras mejores, y cambian de pareja si la suya se muestra excesivamente violenta y celosa.

En el mundo animal, la monogamia es practicada bajo el engaño al otro miembro de la pareja. Es decir, que los animales que establecen parejas monogámicas temporales o estables, practican las artes del ocultamiento y el disimulo, sean machos o hembras.
En el caso de los machos, la situación se complica porque además de buscar hembras diferentes para copular, han de ejercer una vigilancia feroz en la época del celo femenino, porque según la teoría del gen egoísta, necesitan asegurarse de que la inversión parental que van a realizar es ejercida sobre su prole, no sobre los genes de otros machos.

En el caso de las hembras, muchas de ellas eligen a buenos padres que cuiden del nido, pero copulan a escondidas con machos lustrosos y poderosos, que no son tan buenos padres pero que les otorgarán buenos genes: “los machos comparativamente poco atractivos muestran más tendencia a ser buenos padres. Al parecer le sacan todo el partido posible a su mala situación comportándose tan paternalmente como pueden, aunque parte de la descendencia atendida no sea suya". (Barash y Lipton)

TEORÍAS SOCIOBIOLÓGICAS SOBRE LA MONOGAMIA

La monogamia en sociedades humanas es considerada por la sociobiología como un mecanismo de perpetuación de la especie: autores como David Buss, Helen Fisher o Campillo Álvarez entienden que la fidelidad sexual está originada por la necesidad de los hombres de asegurarse la paternidad, y la necesidad de las mujeres de obtener la protección de los hombres.

Creen, en esta línea, que los celos representan la fuerza del egoísmo de los genes, cuya obligación es transmitirse. Hasta hace muy poco el interés científixo se ha centrado en el apetito erótico  masculino, y se ha dado por supuesto que los varones son más promiscuos que las mujeres, debido a la falsa idea de que las mujeres no tenemos deseo sexual, o que éste está más orientado hacia el amor y la creación de vínculos estables de pareja.

Las ventajas que las hembras humanas obtienen del sexo ocasional.
Un beneficio decisivo del adulterio para la mujer según la sociobiología es el acceso inmediato a recursos; pero la realidad es que las mujeres solo necesitan a los hombres cuando en su cultura son privadas de tierra para cultivar, del acceso a los medios de producción o al trabajo asalariado. En las sociedades donde no existe la subordinación de la mujer, o donde la estructura social está basada en el clan, no se da esa dependencia económica y emocional con respecto a los machos.

Los sociobiólogos creen que las razones para emparejarse monogámicamente tienen que ver con las necesidades materiales de las hembras, y su afán de obtener protección en exclusiva.

En la actualidad, en un estudio realizado por David Buss y Heidi Greiling, se puso de manifiesto que las mujeres tienen aventuras  cuando no están satisfechas con su pareja, o cuando tratan de sustituirla, o para hacer más fácil la ruptura con ella.

Por su parte, Baker y Bellis han hallado que las mujeres suelen tener relaciones extramatrimoniales con hombres de posición social más elevada que la de sus maridos. Otro beneficio que las mujeres pueden obtener del sexo ocasional, según la sociobiología, es una autoevaluación más exacta de lo deseables que resultan: infravalorarse es perjudicial para las mujeres, porque se contentan con compañeros menos deseables. Y esto es común en sociedades donde las mujeres rechazan su condición de género o ven mermada su autoestima por la imagen devaluada que circula por el espacio social.

Para Buss, un amante sirve asimismo como posible sustituto del compañero habitual de la mujer si este le abandona, se pone enfermo o cae herido, es estéril o muere, acontecimientos todos ellos bastante frecuentes en un entorno ancestral. A través de las relaciones sexuales ocasionales, la mujer también se asegura protección contra los conflictos que surjan con otros hombres o con competidores. Tener un segundo compañero que la defienda y proteja puede ser especialmente ventajoso para las mujeres que corran un riesgo elevado de ser violadas; pero de nuevo creo que en una sociedad no patriarcal que estuviera basada en redes de ayuda mutua, en una sociedad sin violencia masculina, las mujeres no necesitarían protección de los machos para defenderse de otros machos.

El sesgo patriarcal de estas investigaciones viene dado porque la mayor parte de las causas que encuentran los científicos en la promiscuidad femenina no residen en su deseo sexual, sino en su necesidad de recursos. Y esta necesidad se da en exclusivamente en las sociedades patriarcales donde se ven privadas de este acceso a los recursos, que son gestionados casi siempre por hombres.

Otro ejemplo es la disimilitud de inversión de energía y tiempo que han de llevar a cabo machos y hembras para reproducirse. Mientras el macho solo necesita dos minutos, las hembras han de dedicar mucho más tiempo (embarazo, parto, crianza), de modo que al ser el coste energético mucho mayor, parece que nosotras tenemos que pensarnoslo mucho y elegir un buen compañero que nos ayude en la tarea.

Y es que la mayor parte de los sociobiólogos creen que los humanos nos emparejamos debido a la larga infancia de las crías que tenemos; los bebés tienen un embarazo extrauterino muy largo debido al gran tamaño de nuestro cráneo, que nos obliga a desarrollarnos fuera del útero y nos convierte en seres más vulnerables y frágiles. Según los sociobiólogos, las hembras necesitan la ayuda de los machos para que defiendan el nido y cooperen en la búsqueda de alimentación y la crianza; pero la realidad es siempre más compleja: durante miles de años la humanidad ha convivido en una estructura de clanes en las que se criaban a los niños y niñas en comunidad; solo con el surgimiento de la propiedad privada comenzamos a vivir en estructuras duales más individualizadas. Aún hoy, en la mayor parte del planeta las familias siguen siendo grandes estructuras formadas por varias generaciones que cooperan y se ayudan mutuamente.

Solo en nuestra cultura individualista las parejas se separan de los núcleos familiares para formar uno propio, y además, el argumento de los sociobiólogos que creen que la monogamia heterosexual es beneficiosa para las mujeres es falsa, ya que son muchas las madres que han sacado adelante el hogar y han críado solas a sus hijos e hijas en todo el planeta.

Solo en Costa Rica el 25% de los hogares son monomarentales, y tanto en el caso de las mujeres casadas como en las solteras, la realidad es que la mayor parte de las veces, la ayuda que obtienen las madres es de las abuelas, las hermanas, las primas, las amigas, las vecinas; al menos es así en entornos rurales donde aún existen redes de solidaridad y cooperación. 

Además con la diversificación de las relaciones, los hogares monoparentales son cada vez más comunes en nuestro planeta. Un ejemplo de ello los tenemos en los países nórdicos, donde las mujeres tienen  muchas más facilidades para conciliar vida profesional y familiar, ayudas del Estado, guarderías, etc. Ellas sin duda lo tienen más fácil para establecer parejas basadas en la libertad, no en la necesidad de tener un “marido”, y para estar solas cuando así lo desean.


LA DOBLE MORAL SEXUAL

Para Barash y Lipton, el análisis transcultural de las tasas de infidelidad muestra que las hembras y los machos son muy similares.  Para estos autores, en las estadísticas sobre infidelidad hay algo que no se explica muy bien, porque los hombres admiten haber tenido más parejas sexuales que las que dicen haber tenido las mujeres.

Es fácil de entender que, incluyendo las cifras de prostitución, y asumiendo que todo encuentro heterosexual implica a un hombre y una mujer, las cifras han de casar. Hay también importantes pruebas a favor de que los hombres tienden a exagerar el número declarado de encuentros sexuales, mientras que las mujeres tienden a minimizar sus infidelidades, o sencillamente a ocultarlas.

Las estadísticas nos revelan además que existe un alto porcentaje de hijos e hijas que no son descendientes biológicos de su padre, lo que revela, desde que comenzaron los análisis de ADN para comprobar paternidades, que la mujer es infiel pero no presume tanto de ello como los varones, quizás porque la virilidad está asociada a la cantidad de relaciones amorosas con mujeres que logran acumular los hombres.

Además, la doble moral sexual es característica de las sociedades patriarcales; el adulterio femenino es social y legalmente penalizado con mayor dureza que el masculino, de modo que las mujeres siempre han sido más silenciosas a la hora de cometer adulterio, porque se jugaban la vida, y los hombres más propensos a jactarse de sus conquistas amatorias, ya que así parecen más viriles.

El problema de la moral monogámica es que la fidelidad a menudo se impone violentamente, bien porque en el caso de las mujeres la sociedad y las leyes condenan a las que rompen con la estructura monógama, bien porque los hombres siguen considerando que las mujeres son “suyas”, del mismo modo que, en la época de la esclavitud, la vida del esclavo estaba en manos de su amo. Es sorprendente, en este sentido, que el derecho masculino a la propiedad de la mujer siga flotando en el imaginario colectivo y se transmita continuamente, sin ningún pudor, en boleros o canciones de pop en los que se remarca siempre la idea de “tú eres mía y de nadie más”.

Y ES QUE LA MONOGAMIA ES PATRIARCAL

La monogamia fue instaurada por el poder patriarcal como sistema obligatorio para las parejas, pero especialmente para las mujeres; de ahí la doble moral que condena a muerte a las mujeres adúlteras, y que además tolera el adulterio masculino y perpetúa la prostitución femenina como mecanismo de escape a estructuras amorosas cerradas en sí mismas.

La monogamia es la piedra angular del patriarcado porque tradicionalmente se ha utilizado como un instrumento para constreñir la sexualidad femenina. Creo que la creación del patriarcado viene dado principalmente porque los hombres deseaban asegurarse la paternidad de las crías, y porque necesitaron controlar la sexualidad de las mujeres, que en ocasiones es representada como un pozo sin fondo; de ahí la condena hacia la insaciabilidad de las protagonistas del romanticismo que reivindicaban su deseo.

Y es que nuestra capacidad multiorgásmica ha provocado miedo en los hombres desde los inicios del patriarcado; prueba de ello son las terroríficas imágenes de mujeres monstruosas, devoradoras de hombres, en forma de serpientes, esfinges, sirenas, medusas, harpías, etc. que circulan en el imaginario colectivo desde hace miles de años.

A pesar de jugarnos la vida en muchas etapas históricas (recordemos que en la actualidad las mujeres adúlteras son lapidadas y asesinadas en países como Irán), las mujeres hemos tenido siempre relaciones extramatrimoniales, hemos ejercido nuestra libertad y derecho al placer, hemos saciado nuestro apetito sexual y nuestros anhelos amorosos, hemos elegido a las personas con las que deseamos tener relaciones, aunque pesasen sobre nosotras los castigos más terribles.

De ahí, quizás, proviene la gran cantidad de alcahuetas que reparaban virgos, practicaban abortos y arreglaban encuentros clandestinos; son muchas las formas en que ls mujeres, a lo largo de los siglos, hemos burlado el control parental y marital para poder satisfacer nuestro deseo. Pensemos en que, de hecho, muchas de las historias de amor que se han narrado desde el principio del patriarcado hasta nuestros días tienen que ver con el adulterio femenino (Puentes de Madison).

LA MONOGAMIA COMO INSTRUMENTO DE CONTROL SOCIAL

Así que desde el punto de vista sociopolítico, la monogamia es una ley que sirve para controlar las relaciones amorosas humanas, y para influir en nuestro modo de convivir y organizarnos. El poder sostiene una represión generalizada en torno principalmente a la sexualidad y los afectos. Se nos permite consumir con voracidad, pero no realizar uniones amorosas masivas o desordenadas; de ahí el escándalo que causaban los festivales de Woodstock donde la culutra hippy pedía amor libre y para todos/as.
Freud explica la represión sexual argumentando que si todos y todas nos quisiesemos y practicasemos el sexo desenfrenadamente y sin trabas, la sociedad se hundiría porque nadie trabajaría y andaríamos todos y todas disfrutando como locas, sin preocuparnos por la producción necesaria para sostener el sistema capitalista.

Marcuse pensó que una sociedad erotizada sin represiones ni límites en la libertad sexual y afectiva sería mucho más humana, más amable, más vivible. De la misma forma pienso yo; en realidad al poder no le interesa la erotización de la sociedad porque invertiríamos más tiempo en disfrutar unas de otras, unos de otros, que en generar la plusvalía que enriquece a unos pocos.

Para Marcuse, la liberación de Eros podría crear nuevas y durables relaciones de trabajo; el mundo no se acabaría y los seres humanos no nos destruiríamos los unos a los otros. Marcuse añade un  nuevo término para explicar este proceso: la autosublimación de la sexualidad: “El término implica que la sexualidad puede, bajo condiciones específicas, crear relaciones humanas altamente civilizadas sin estar sujeta a la organización represiva que la civilización establecida ha impuesto sobre el instinto”. 

Otros autores como Charles Fourier hablaron a mediados del siglo XIX del amor como motor social, es decir, como clave del proceso revolucionario. Para este socialista utópico la verdadera libertad sólo podía alcanzarse sin amos, sin el  trabajo y sin la supresión de las pasiones; que es  destructiva para el individuo y para la sociedad en su conjunto. Antes de la invención de la palabra homosexual, Fourier reconocía que tanto hombres como mujeres tenían un amplio espectro de necesidades y preferencias sexuales que podían cambiar a lo largo de la vida, incluyendo la sexualidad entre personas del mismo sexo y la androgénité.

Defendía que todas las expresiones sexuales deberían ser disfrutadas, mientras no se abusara de las personas, y que «afirmar las propias diferencias» de hecho podía mejorar la integración social.
Creía en la bisexualidad como una condición natural del ser humano, y en la necesidad de la igualdad de hombres y mujeres para tener relaciones bonitas, equilibradas y abiertas a la colectividad. Este filósofo francés acuñó el concepto de  amor libre como sistema amoroso contrario al orden patriarcal e ideal para las mujeres; era un hombre que criticaba el individualismo y creía profundamente en la sociabilidad natural del homo sapiens. Defendía que las relaciones sexuales y afectivas libres podían hacer de esta sociedad un mundo más amable, más solidario y cooperativo, y por supuesto, más pacífico.

En el siglo XX, el anarquismo libertario y el movimiento hippie estadounidense reivindicaron el amor libre y lo practicaron, en pequeñas comunas y en grandes colectividades como conicertos de rock, festivales y eventos pacifistas. La idea del amor como un motor revolucionario, como sucede por ejemplo con la rabia, que sirve para organizarse políticamente, es sumamente seductora porque supondría el fin de la represion y la extensión de nuestro amor mucho más allá de la pareja; que se presenta como una estructura cerrada y egoísta, centrada en sus propios problemas.

La expansión y apertura del amor a nuestros semejantes supondría amar a nuestra familia, nuestros amigos, compañer@s de trabajo, vecin@s del barrio, ciudadan@s sin distinciones de clase social, raza, género o religión; sería un amor expandido y queer, más allá de las etiquetas y de las prohibiciones. 

Sin embargo, el capitalismo necesita que dediquemos a sostener el sistema y la sociedad en la que vivimos, y para ello lo mejor es que nos juntemos de dos en dos, no de cinco en cinco, y nos olvidemos de los demás, bajo la filosofía del “sálvese quién pueda”. Es obvio que  para tener mano de obra hacen falta parejas que se reproduzcan, de ahí que los medios y la publicidad nos machaquen con el modelo ideal de pareja feliz, armoniosa y fiel a sí misma. Y es que es importante que nos organicemos dualmente para formar familias nucleares tradicionales a través de los cuales enseñar a los nuevos miembros lo que es “normal, natural y lógico”, para que reproduzcan estos esquemas del mismo modo.

Los mecanismos para conseguirlo se dan a través de las narraciones mitificadas; se nos presentan modelos de relación idealizados que parecen conservar la armonía gracias a la exclusividad, la dualidad, la fidelidad… hasta la eternidad. El problema es que se generan unas expectativas en torno al amor romántico que no son reales. La meta de la armonía y la fidelidad total es destrozada por la complejidad del deseo humano; el erotismo ha sufrido un empobrecimiento motivado por las constricciones sociales y culturales del patriarcado y el capitalismo, pero afortunada o desafortunadamente siempre existen procesos de resistencia a las prohibiciones, y trangresiones ocultas o visibles que sacuden los cimientos de nuestras estructuras vitales y sociales.

Solo cuando la variedad sexoafectiva deje de ser considerada una alta traición o un delito contra el amor, y  el amor deje de tener que ver con la propiedad privada, podremos establecer relaciones más diversas, complejas y satisfactorias. Cuando el disfrute y la expansión de los afectos dejen de ser pecado, quizás podremos establecer relaciones basadas en la libertad, no en la necesidad, y en la generosidad, en lugar del egoísmo. Mientras tanto, el apego a objetos y personas seguirá haciendonos sufrir; y la estabilidad emocional, que tanta seguridad nos ofrece, seguirá aburriendonos y empujándonos hacia un sistema amoroso  basado en el egoísmo, la mentira, el engaño, la culpabilidad, y el miedo.

El Mito de la Heterosexualidad

La heterosexualidad es una construcción social y cultural que se ha instalado en el imaginario colectivo como un fenómeno natural, como si la unión macho-hembra fuese una ley divina o una ley física o matemática. Tanto es así que a las niñas desde pequeñas se las pregunta si tienen novio y a los niños si tienen novia sin apenas darnos cuenta de que preguntando estamos afirmando. Y al afirmar, imponemos una idea sobre lo que es normal, es decir, que a los niños les gusten las niñas, y no los niños.

El concepto de normalidad varía de cultura en cultura, por épocas y zonas geográficas; además, todo lo biológico en nosotros es cultural y viceversa. Por ejemplo en la Antigüa Grecia la homosexualidad era normal, como eran normales las relaciones homoeróticas entre sabios y jóvenes discípulos. En cambio en nuestra cultura actual la pederastia es una desviación, una aberración, una anormalidad penada con años de cárcel.
Piensen de nuevo: ¿Tienes novio ya?. Una pregunta así, aunque parezca inocente, inevitablemente dirige el erotismo y los sentimientos de las personas hacia el sexo opuesto. Una pregunta de signo contrario abriría enormemente el abanico de posibilidades afectivas y sexuales de la niña o el niño, pero a la mayor parte de los adultos no se les ocurre porque en su conciencia la heterosexualidad es la norma, está invisibilizada como construcción, integrada en los supuestos de cómo es la vida (o más bien, cómo debería ser). Esos supuestos se aprecian claramente en todos los cuentos heterosexuales que nos han contado de pequeñas; en ellos todas las relaciones eróticas son hacia el sexo opuesto.

Mi posición en torno a la heterosexualidad y la homosexualidad coincide con la concepción de Oscar Guasch (2000) que las considera mitos, en el sentido de que son narraciones creadas artificialmente, y transmitidas mediante libros sagrados. Mitos que explican el mundo desde un punto de vista particular, desde una ideología que al imponerse se convierte en hegemónica, y que modela y construye nuestro deseo y afectos, a la vez que justifica el orden social establecido. En este sentido, la homosexualidad es un cuento dentro de otro cuento, “un mito que explica otro mito.” (Guasch, 2000).

También nos parece acertada la definición de la heterosexualidad según Elisabeth Badinter (1993), que la considera una institución política, económica, social y simbólica que se impuso como norma obligatoria a finales del siglo XIX: “Se acusa a los sexólogos de haber creado dicha institución, al haber inventado la palabra “heterosexualidad” como el contrapunto positivo de “homosexualidad” y haber impuesto aquella como la única sexualidad normal”.

Para Óscar Guasch (2000), la heterosexualidad, más que una forma de amar, es un estilo de vida que ha sido hegemónico en los últimos 150 años. La heterosexualidad nace asociada al trabajo asalariado y a la sociedad industrial: “Se trata de producir hijos que produzcan hijos. Para las fábricas, para el ejército, para las colonias durante más de un siglo, casarse y tener hijos, que a su vez se casen y los tengan, ha sido la opción considerada natural, normal y lógica”.

Es entonces cuando la pareja estable y reproductora se elige en modelo social a seguir; “por eso a lo largo de la historia solteros y solteras han sido una especie de minusválidos sociales. En ellos se hacían visibles las carencias, los peores temores: vivían (y sobre todo morían) solos, sin hijos”.

Guasch define la heterosexualidad como sexista, misógina, homófoba y adultista. Para él posee cuatro características fundamentales:
•         Defiende el matrimonio o la pareja estable;
•         Es coitocéntrica, genitalista y reproductora;
•         Interpreta la sexualidad femenina en perspectiva masculina y la hace subalterna,
•         Persigue, condena o ignora a quienes se desvían del camino heterosexual.

Beach y Ford, (1951) constataron que las  prácticas homosexuales se dan en la mayoría de las especies de mamíferos y culturas humanas; pero la homofobia solo existe en una especie: la nuestra. Tanto los hombres como las mujeres homosexuales, a lo largo de los siglos, han sido excluidos o marginados socialmente, insultados y humillados, perseguidos, encarcelados, torturados, quemados en la hoguera, apedreados hasta la muerte o recluidos en campos de concentración.

 La homosexualidad ha sido tratada como enfermedad, delito, pecado, vicio, aberración, patología, desviación, y ha sido, a menudo, asociada a la obscenidad, la perversidad y la promiscuidad. Los estereotipos y los modelos negativos han recaído en ellos con una extrema crudeza, y aún hoy en día se sigue condenando y ejecutando o lapidando a gays y lesbianas en multitud de países.

Nuestra sociedad sigue siendo profundamente homófoba, y es curioso que no se condenen socialmente los comentarios y actitudes homófobos del mismo modo que el racismo resulta políticamente incorrecto. A pesar de que la lucha LGBT que vienen desarrollando lesbianas y gays contra el patriarcado y la homofobia ha dado grandes resultados, como las leyes que están permitiendoles casarse, me gustaría incidir aquí en la perspectiva queer que pretende dotar a esta batalla de una perspectiva más amplia.

En medio de las dos etiquetas basadas en el pensamiento dicotómico occidental, se encuentran por ejemplo muchos hombres y mujeres bisexuales que sienten que no encajan ni en la comunidad gay ni en el mundo heterosexual, y como tienden a ser “invisibles” en público (ya que se confunden sin problemas en ambas comunidades), algunos de ellos se han visto más incluidos en la teoría y el movimiento Queer, que critica la política identitaria gay de los 70 y 80.

Según el nuevo movimiento queer, lo gay y lo lésbico niegan la bisexualidad y reducen el travestismo, el transgenerismo y la transexualidad a la invisibilidad. Los colectivos de personas que no encajan en modelos de belleza, estilos de vida o ideologías políticas critican lo gay y lo lésbico porque excluyen la variedad y la diferencia. No construye igual su identidad un chico joven de San Francisco o Chueca que otro que vive en el campo, ni tienen los mismos problemas las lesbianas ancianas que viven en un pueblo de mentalidad cerrada que las actrices lesbianas y ricas de Hollywood. 

En lugar de tratar de ser igual que todo el mundo (y pretender que "todos" significa blancos, de clase media, conservadores y heterosexuales), la política "queer" implica la demanda del respeto y de la igualdad para cualquier modo de vida que opten por tomar las personas, independientemente de su género, su orientación sexual, su raza, su nivel socioeconómico, su edad o su religión.

En la actualidad occidental, las leyes que tratan de eliminar la discriminación por cuestiones de orientación sexual están logrando la normalización de la homosexualidad y la transexualidad. En España, por ejemplo, los homosexuales y las lesbianas pueden casarse y adoptar hijos, lo que ha tenido (y está teniendo) profundas consecuencias para las estructuras sociales básicas (principalmente el matrimonio y la familia nuclear tradicional).
Muchos autores señalan que gracias a estas mutaciones de carácter simbólico, económico, político y social, podemos hablar claramente de una crisis del patriarcado (Castells, 1998) y una crisis de la heterosexualidad (Guasch, 2000). Sin embargo, autoras queer como Beatriz Preciado opinan que esta normalización favorece las políticas pro-familia, tales como la reivindicación del derecho al matrimonio, a la adopción y a la transmisión del patrimonio.

Algunas minorías gays, lesbianas, transexuales y transgéneros reaccionan hoy contra ese esencialismo y esa normalización de la identidad homosexual. Para Preciado y otros autores, esa normalización equivaldría a una “heterosexualización de la homosexualidad”, lo que supondría seguir reproduciendo los esquemas tradicionales del patriarcado trasvasados al mundo gay.

CONCLUSIÓN

Creo que el futuro es queer, y creo que su propuesta teórica y política de transgenerizar la realidad, ir más allá del género, puede salvarnos no sólo de las jerarquías de género, sino también de otro tipo de categorías que, más que unirnos, nos desunen.

Esto liberará enormemente nuestras relaciones porque dejaremos de ser unos y otras, para fusionarnos en una especie de arroba simbólica que incluya todas las identidades en sus diferentes etapas, todas las sexualidades sean normativas o no, todas las posibilidades de ser, de darse y de relacionarse.

Hasta entonces, hacer el camino consistirá en derribar todos los supuestos patriarcales que refuerzan las categorías de género y la división del mundo en dos polos opuestos. Para ello tendremos que seguir analizando los mitos de nuestra cultura patriarcal, y será necesario deconstruir los estereotipos, destripar la clave de los roles, cuestionar las ideas y los hechos dados por supuestos, y explicar la forma en que los condicionamientos patriarcales influyen en nuestra identidad, nuestra sexualidad y nuestras emociones.

Identificando el modus operandi de esta ideología hegemónica podremos poner en cuestión qué es la normalidad y qué es la desviación, a quién le interesan las jerarquías que generan desigualdad, y qué beneficios obtenemos hombres y mujeres con la eliminación de esta categoría binaria hombre-mujer/homo-hetero de corte esencialista que no es universal, ni eficaz para explicar la complejidad humana.

En lugar de buscar nuevas formas de clasificación, lo que tenemos que lograr es deshacernos de las etiquetas y buscar en la indefinición todas las posibilidades que se nos ofrecen cuando salimos del mundo bicolor pensado en dos dimensiones. En el área de la sexualidad ocurre lo mismo: es hora de superar la genitalidad, de dejar de rendir culto al falo, de exigir eyaculaciones completas y orgasmos contabilizados… es hora de explorar el cuerpo, de ampliar el erotismo y expandirlo por toda la piel.

Y para ello tenemos que dejar de pensar en lo que deben de ser los hombres y las mujeres en la cama; es mucho más divertido intercambiar roles, rebasar los límites impuestos, dejar de diferenciar entre amor y sexo, incluir la ternura en la aventura ocasional, atrevernos a expresar emociones, aunque el patriarcado nos diga que unos no lloran y las otras son de lágrima fácil.

La identidad y el cuerpo han de poder ser exploradas fuera de las cadenas del mundo bidimensional que contempla la realidad en blanco y negro.
Atreverse a superar las categorías ontológicas que nos definen y nos otorgan un papel concreto en la sociedad supone poder reinventarse las veces que un@ quiera, y ampliar el horizonte mental para poder abarcar el mundo sin prejuicios y sin miedos, de una manera mucho más enriquecedora y compleja que hasta ahora.

Si vamos a conseguirlo o si el patriarcado seguirá inscrito en nuestros cuerpos, manejando nuestras emociones y deseo, coleteando unos siglos más, es algo que no sabemos; pero tenemos que ponernos ya a la tarea para dejar atrás el pasado y dar paso a lo nuevo, a través del afán revolucionario y la alegría de vivir.

Asumir que lo personal es político es reivindicar la experimentación con nuestros cuerpos e identidades; es dar paso al poder del deseo, de la imaginación y del juego, necesarios para lograr una sociedad más justa, libre e igualitaria. Las etiquetas impuestas desde arriba no son sino expresiones del miedo de la sociedad a lo diferente y al caos; por eso frente a la rigidez de la definición proponemos la flexibilidad de lo ambiguo, la aventura de la incertidumbre, y la necesidad del cambio.

El camino es la búsqueda: el ser humano es un ser que busca la aventura y la novedad, que le encanta hacer frente a los desafíos, que lucha por mejorar sus condiciones de vida, que necesita escapar de la prisión del presente a base de multiplicar realidades en una suma enriquecedora y no excluyente.
Dejémonos, pues, llevar por nuestra naturaleza deseante y nuestro insaciable afán de aventuras y retos para probar nuevas formas de ser, de quererse, de estar en acción. Yendo un poco más allá de las normas, rompiendo verdades dadas por supuesto, explorando nuevos caminos, deshaciéndonos de las etiquetas…





CORAL HERRERA GÓMEZ
Universidad Carlos III de Madrid

BIBLIOGRAFÍA
1)     
Badinter, Elisabeth: “XY La Identidad Masculina”, Alianza, Madrid, 1993.
2)     BARASH, DAVID P. y LIPTON, JUDITH EVE: El mito de la monogamia, Siglo
XXI, Madrid, 2003.
3)     BUSS, DAVID: La evolución del deseo. Estrategias del emparejamiento
humano, Alianza Editorial, Madrid, 1996
4)     CAMPILLO ÁLVAREZ, JOSÉ ENRIQUE: La cadera de Eva. El protagonismo
de la mujer en la evolución de la especie humana, Colección Ares y Mares,
Editorial Crítica, Barcelona, 2005.
5)     Castells, Manuel: “La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura”. Volumen I. Volumen II. El poder de la identidad.Alianza Editorial, Madrid, 1998.
6)     Fisher, Helen: “Historia natural del amor: monogamia, divorcio y adulterio”, Anagrama, Barcelona, 2007.
7)     Guasch, Òscar: “La crisis de la heterosexualidad”, Ed. Laertes, Barcelona, 2000.
8)    Herrera Gómez, Coral: “La construcción sociocultural del amor romántico”, Editorial Fundamentos, Madrid, febrero 2011.
9)     Herrera Gómez, CoraL: “Más allá de las etiquetas”, editorial Txalaparta, Pamplona, febrero 2011.
10) Llamas, Ricardo, y Vidarte, Francisco Javier: “Homografías”, Espasa Hoy, Espasa Calpe, madrid, 2000.
11)  Preciado, Beatriz: “Manifiesto contra-sexual. Prácticas subversivas de identidad sexual”, Pensamiento-Opera Prima, Madrid, 2002.
12) Sáez, Javier : “La destrucción de una cultura queer en España”, publicado en www.hartza.com
13) Torvald, Patterson (2000): “Queer without fear”, traducido por Ricardo Martínez Lacey. En ww.queerekintza.org/web/pag_cast/articulos/articulos_queer.html


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